Una temperatura de unos 35 grados centígrados nos recibió en Riohacha, calor que acompañó toda nuestra estadía en La Guajira, el territorio más septentrional no sólo de Colombia sino de toda Sudamérica.
Uribia, la Capital Indígena de Colombia’, es la sede del encuentro más importante de esta cultura, una fiesta que llegó a su versión vigésima séptima y que este año giró en torno de su música tradicional, su significado ritual y sentido social.

La mayoría de la población de este municipio, ubicado a casi hora y media de la capital de La Guajira, Riohacha, pertenece a la gran nación Wayúu, que se extiende por buena parte de este departamento y por el noroccidente de la República Bolivariana de Venezuela.
Mujeres con mantas de diferentes colores o nashein jiyeyu desfilan por sus calles, vías que conducen todas al parque central de esta población de casas de colores claros, con algunas manchas ocres dejadas por el paso del viento que lleva consigo la arena del desierto.
Las mantas o vestidos tradicionales de estas mujeres, que también suelen adornarse con una pañoleta en la cabeza y con una pintura en sus caras que las protege del sol, son tejidas por ellas mismas, al igual que las mochilas y chinchorros que aprendieron a tejer de la mítica araña Walekeru durante su época del encierro (Audio 1).
Es durante este encierro, que llega con la primera menstruación, cuando la niña wayúu comienza la transición para convertirse en mujer. Allí aprenden, además del arte de tejer, sobre oficios y labores hogareñas y los valores necesarios para salir adelante en sus vidas, conocimientos que a su vez enseñarán cuando les llegue su turno, pues a ellas les corresponde en gran parte que el legado wayúu continúe.
Sonidos que nacen del pastoreo

Este año el Festival de la Cultura Wayúu tuvo como protagonista a su música; sonidos y cantos que nacen especialmente como pasatiempo en las jornadas de pastoreo, cuando los hombres cuidan del ganado (vacas, chivos) en tierras áridas y calurosas, donde el horizonte se ve bastante lejano.
Echando mano de los escasos recursos que tienen cercanos, como los árboles de limones secos o el cardón o cactus, fabrican diferentes instrumentos, cada uno con vocación diferente. El kaasha, por ejemplo, es una especie de tambor especial para ejecutar la yonna o baile tradicional de este grupo indígena y se usa también en ocasiones especiales, como cuando el ouutso o médico tradicional logra curar algún enfermo.
El maasi, el totoy, el sawawa y la jirawaai son otros instrumentos que acompañan a los hombres wayúu o tooloyuu en su diario quehacer. Precisamente, el personaje destacado del festival de este año fue el palabrero y músico Jorge Henríquez Apshana, que ha llevado los sonidos de su cultura a ciudades como Bogotá y, también, a Montpellier (Francia) y Berlin (Alemania) (Audio 2).
Así como Henríquez Apshana hay otros músicos que se dedican al difícil oficio de ser palabrero, una especie de juez que dirime toda clase de conflictos, con serenidad y sapiencia.
Siguiendo con la música, también conocimos la danza de la yonna, que se practica luego de una buena cosecha, al fin del encierro o cuando se trata de curar alguna enfermedad. Con el sonido del kaasha o tambor se hace el llamado y luego llega toda la vistosa coreografía que pudimos apreciar en diferentes ámbitos del festival y que en vez de leer es mejor apreciar en vivo.
Guajira: Tierra de desierto y mar

Aunque Uribia fue el epicentro de este viaje, nos movimos también por el Cabo de la Vela y el espectáculo visual que ofrece y Manaure, centro de producción salina, que cuenta con bellas playas, pero con un celoso mar que advierte a los bañistas sobre el respeto que hay que tener ante la naturaleza.
El sol demostrando todo su poder con la alta temperatura que genera dominó el recorrido, por el inmenso desierto guajiro, que no llevó hasta el Cabo de la Vela y, claro, como coprotagonista la arena de dónde muy escasamente brota vida, sólo algunos cactus que le hacen resistencia.
Este paradisiaco lugar, a casi una hora del casco urbano de Uribia, cuenta con extensas playas para caminar descalzos y con un mar tranquilo donde la gente se puede adentrar varios metros con el agua a la cintura. Allí se práctica desde la simple natación hasta deportes tan vistosos como el windsurf y hay escuelas donde enseñan esta disciplina.
Es muy común ver las figuras de mujeres artesanas Wayúu recorriendo las playas con sus artesanías entre las que figuran las famosas mochilas llenas de colores y muy bien trabajadas. Al lado de estas mujeres trabajadoras van sus hijos que a la par ofrecen manillas también tejidas.
Hay que recordar que en el Cabo de la Vela, así como los arijuna (que somos todos los extraños que no pertenecemos a su etnia) vemos todo un paraíso, allí queda precisamente el edén Wayúu que es el cerro Pilón de Azúcar, a donde, según sus creencias, llegas a descansar las buenas almas de esta familia indígena.
Y terminando este relato no puedo dejar de mencionar la deliciosa gastronomía de este mágico departamento, especialmente del chivo en diferentes preparaciones y de los frutos del mar, como la cazuela de mariscos, la langosta y el pescado, como un motivo más para invitarlos a adentrarse en el sainn o corazón Wayúu como lo hizo Señal Radio Colombia.
Por Diego Alfonso
Productor de El Atardecer
Audios y video: César Bernal