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Leguízamo, Putumayo: tierra de madres y abuelas tejedoras de vida

Desde las chagras, malocas y talleres artesanales, estas mujeres inculcan en sus hijos las tradiciones de las culturas indígenas, campesinas y afrodescendientes.
Juan Miguel Narváez Eraso

Leguízamo, encantador ‘Paraíso exótico del universo’ en el que fluye la vida y la magia de la madre naturaleza, se constituye en cuna de invaluables comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes. Por ello, las madres de los pueblos Murui Muina, Siona, Kichwa y Coreguaje, transmiten a sus hijos milenarios secretos para convivir en armonía y fortalecer la cultura que los identifica.

“El camu; camu, el copoazú, el chontaduro, la uva caimarona, las pulseras elaboradas en mostacilla o los collares hechos a mano con las tradicionales lágrimas de San Pedro y ojos de buey, entre otras semillas silvestres, junto a la exquisita fariña y al delicioso pescado asado, son los más valiosos regalos que diariamente obtenemos de la madre naturaleza”, expresó la abuela indígena y partera tradicional, María Ernestina Gómez.

Asegura que ante esas grandes bondades que obtienen de las chagras, bosques y ríos, las familias indígenas cuidan celosamente de la Pachamama como ella las protege, les brinda vida, refugio y amor.

“Todas esas labores las hacemos en familia y ahí está la importancia del rol que desempeñan las madres en la crianza de los recién nacidos. Por eso desde pequeños los arrullamos en las malocas y a la sombra de las palmas de chontaduro, en las que en nuestra lengua interpretamos festivas canciones”, dijo.

Cuando sus hijos empiezan a dar los primeros pasos, son llevados hasta las chagras, lugares donde tienen su primer contacto con la tierra. Una práctica que la repiten hasta que los niños y niñas asimilan las bondades de la naturaleza.

“Desde los siete años en adelante, ellos ya participan en los rituales que hacemos en las malocas y es en esos templos sagrados donde los niños y niñas amplían sus saberes lingüísticos, medicinales, gastronómicos y sociales”, argumentó.

Con esas enseñanzas está convencida de que jamás se perderán las culturas indígenas de Leguízamo, sin embargo, precisa que es necesario impulsar las instituciones etnoeducativas rurales para que sus hijos lleven en su corazón la esencia de la vida y se comprometan con el cuidado de la madre naturaleza.

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Desde sus territorios las madres y abuelas indígenas de Leguízamo enseñan a sus hijos y nietos las tradiciones que las identifican.

“Lamentos de la madre tierra”

“La madre tierra, al igual que las mujeres que están dando a luz, llora por el implacable dolor que le produce la incesante tala de nuestros milenarios bosques nativos. Su llanto se expande por toda la selva amazónica y no hay antídoto que le ponga fin a su sufrimiento”, exclamó María Ernestina.

Para esta abuela del bajo Putumayo, el padecimiento de la naturaleza se acentúa cada vez que los niños y jóvenes arrojan desechos a los ríos Caquetá y Putumayo, así mismo está convencida de que sufre cuando se atenta contra las tortugas, loros y guacamayas.

“Para que nuestra Pachamama no siga gimiendo, desde las malocas educamos con afecto y responsabilidad a nuestros hijos y nietos. En esos sagrados recintos, les enseñamos a dar sus primeros pasos para que aprendan a bailar y a cantar aquellas tonadas con las que agradecemos a la madre naturaleza por las cosechas del ñame y la batata”, manifestó.

“Buenas pachamamas”

“La chagra brota del vientre de la madre tierra y por eso en nuestras parcelas jamás nos falta la yuca, el chontaduro y el plátano. Como buenas Pachamamas, nuestras abuelas nos enseñaron que la naturaleza siempre nos provee de lo necesario y por eso a lo largo de nuestra infancia comprendimos que debemos amarla, cuidarla y respetarla para que nunca nos falte el sustento diario”, expresó la gobernadora indígena del resguardo Santa Rita del pueblo Murui Muina de Leguízamo, Esilda Mota.

Para ella, las abuelas indígenas juegan un papel imprescindible en las chagras y en las malocas, porque asegura que el firme propósito de aquellas transmisoras de saberes es lograr que sus hijos y nietos sean grandes forjadores del ambil, el mambe y de las lenguas nativas entre otras valiosas tradiciones amazónicas que por más de un siglo identifican a las culturas ancestrales del departamento del Putumayo.

“La chagra es el mejor lugar para hablar con nuestros hijos y enseñarles aquellos milenarios secretos que un día aprendimos de nuestras madres y abuelas para labrar la tierra. Es en ese sagrado lugar en el que confluye la vida y el cesto de los saberes, donde a partir de nuestro propio idioma intercambiamos aspectos relacionados con la agricultura, la cría de animales y la piscicultura”, expresó.

Asegura que mientras siembran maíz y ñame, cantan y conversan en su lengua originaria sobre los cuidados que deben tener esas plantaciones para que sean resistentes a las plagas y a futuro garanticen buenas cosechas.

“Desde el primer momento en que los niños y niñas empiezan a caminar y a frecuentar la maloca, se percibe en ellos su interés por los ritos que diariamente se rinden a la madre naturaleza, porque nuestra vida depende de ella”, dijo.

Entrelazando la fibra de chambira

A la vez afirma que las madres y abuelas indígenas, al pasar la mayor parte del día con sus hijos, ellos participan en la elaboración de las artesanías producidas a partir de la fibra de la palma de chambira.

“Los niños disfrutan cada momento, por eso desde el instante en que las mamitas cortan el cogollo de la palma para extraer los materiales que necesitan para elaborar bolsos, canastos, anillos y aretes, los más chiquitines juegan y se regocijan entrelazando los hilos silvestres de la palma”, manifestó.

En el proceso de tintura; asegura que los niños y sus madres disfrutan cada vez que se untan los dedos de las manos con las naturales y coloridas sustancias que se desprenden de las semillas de altunsara.

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Desde las chagras, las mamás indígenas de Leguízamo conservan su conexión con la madre tierra.

Tradiciones afrodescendientes

“La gastronomía nos une y por eso los domingos cuando suelo preparar el sancocho de pescado u otros platos que encantan al paladar de mis hijos, todos nos reunimos al calor del fogón. Y mientras unos lavan el pirarucú, otros pelan el coco y lo rayan”, expresó la madre de familia y representante de la comunidad afrodescendiente en Leguízamo, Ermila Ordóñez.

Para ella es indispensable que, desde muy corta edad, los niños y niñas asuman sus roles en la preparación de los productos que hacen parte de la gastronomía costeña. De esa manera afirma que jamás se perderán los tradicionales sabores del pescado encocado, del arroz con coco y de las tradicionales cocadas.

“Si desde muy pequeños les enseñamos a pescar y a cocinar, nuestros hijos jamás dejarán perder nuestra identidad. Son tan hermosos aquellos momentos cuando los niños llevan el pescado entre sus manos y felices corren hacia la cocina para lavarlo y ayudar a sus madres en su cocción”, dijo.

Como si lidiar con las arduas labores de la cocina no fueran suficientes para reforzar en sus hijos los valores culinarios que identifican a las comunidades afrodescendientes residentes en Leguízamo, subraya que inculcar en ellas el uso del tradicional turbante es otra tarea de la que asegura, jamás se cansará.

“Si bien es cierto el turbante no es un adorno, pero a las mujeres afrodescendientes nos hace ver hermosas, es una prenda de vestir que representa el liderazgo y la jerarquía de la mujer. Para que se interesen en su uso, siempre lo llevo conmigo y por eso cada vez que las niñas me ven con el turbante puesto gritan: mami, mami yo quiero que me ponga uno de esos”, exclamó.

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