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Lisandro Meza, el ‘rey sin corona’

El Rey sin Corona, como fue apodado en esa controvertida ocasión, nació el 26 de septiembre de 1939 en El Piñal, un corregimiento del municipio Los Palmitos en el departamento de Sucre.
Luis Daniel Vega

En 1968 un grupo de entusiastas fundó el Festival de la Leyenda Vallenata. Fue en Valledupar donde Rafael Escalona, Consuelo Araujonoguera, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Zamudio y Alfonso López Michelsen sembraran las bases de la popularización definitiva del vallenato. En la segunda edición llegaron a la final dos acordeoneros curtidos: Nicolás “Colacho” Mendoza y Lisandro Meza se batieron en franco duelo que dio como vencedor a Colacho. Aunque la decisión del jurado fue unánime, el púbico aclamó al vencido. No tuvo laureles, pero si un remoquete que lo ha acompañado a lo largo de su historia musical.

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El Rey sin Corona, como fue apodado en esa controvertida ocasión, nació el 26 de septiembre de 1939 en El Piñal, un corregimiento del municipio Los Palmitos en el departamento de Sucre. Tierra cálida y fértil donde se cultivan las piñuelas, la yuca y el maíz, en El Piñal se encontraba ubicada La Armenia, la finca de su padre. Cuenta la leyenda que había un capataz de nombre Pedro Socarrás a quien Lisandro le sonsacaba el acordeón para amenizar las fiestas de los trabajadores a ritmo de algunas canciones de Andrés Paz Barros, Luis Enrique Martínez y Alejo Durán. Antes de darse a conocer con el paseo ‘El saludo’, se inició en las lides musicales al lado de Durán –fue guacharaquero de su conjunto- y participó en algunas grabaciones junto a los Vallenatos del Magdalena y el Conjunto Carrizal de Aníbal Velásquez.

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A finales de la década de los cincuenta, Lisando Meza ya había adquirido cierta reputación en la región lo que le valió la invitación para unirse a Los Corraleros de Majagual, quizás uno los capítulos más emocionantes de la música tropical en Colombia. Junto a Eliseo Herrera, César Castro, Lucho Argaín, Julio Erazo, Nacho Paredes, Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez, Rosendo Martínez, Enrique Bonfante, Chico Cervantes, Tobías Garcés y Manuel Cervantes en la dirección, Meza conformó el núcleo central del primer período de la agrupación. Aunque estuvo con ellos desde los primeros años no debutó como cantante y compositor sino hasta mediados de la década de los sesenta en el disco ¡Grito parrandero! (1966) en el que se incluyeron ‘La vieja Pancha’ y ‘Swing bailable’, dos composiciones suyas que no fueron tan famosas como años después si lo serían ‘La burrita de Eliseo’ (1967), ‘Descarga en acordeón’ (1967) y ‘La gorra’ (c. 1968). Al mismo tiempo que compartía escenario con los Corraleros formalizó Lisandro Meza y su Conjunto.

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Con esta nueva agrupación en la que el él era director y arreglista, escribió una página memorable de Discos Fuentes. Desde la salsa, el porro, la cumbia, la guaracha y el vallenato, Meza grabó una treintena de discos entre 1965 y la década de los ochenta. Dentro de su exuberante catálogo de canciones inmortales (‘Entre rejas’, ‘El guayabo de la ye’, ‘El polvorete’, ‘Te llevaré’, ‘El pasito tun tun’, ‘Baracunatana’ y ‘Cumbia indígena’, entre muchas otras”)  se destaca su incursión en el afrobeat con ‘Shacalao’ -su particular cover de ‘Shakara’ de Fela Kuti- y, por encima de todas, ‘La miseria humana’ su apoteósica versión de un poema escrito en los albores del siglo XX por el poeta soledeño Gabriel Escorcia Gravini.

El poeta insigne de Soledad, Atlántico, nació en 1982 y siendo un niño le diagnosticaron lepra. Bajo el gobierno de Rafael Reyes, los leprosos eran menos que delincuentes que estaban obligados a ser aislados de la sociedad en leprocomios. Quiso el amor de sus hermanas que Escorcia Gravini fuera ocultado en la trastienda de su casa donde escribió las lúgubres décimas que conforman ‘La miseria humana’, una oda al amor fallido y a la inminencia de la muerte. Rescatado del olvido por su hermano –quien lo difundió luego de que, al morir, todas sus pertenencias fueran quemadas-, el poema llegó a los oídos de Meza en los años setenta cuando se la escuchó declamar a unos borrachos en una  noche de parranda en Los Palmitos.

Impresionado por el frenesí romántico del bardo, el acordeonero se inventó un son épico en el que se reproducen versos tremendistas de inmensa convicción metafísica: “Dime hermana calavera, / ¿qué hiciste la carne aquélla, / que te dio hermosura bella, / cual lirio de primavera? / ¿Qué se hizo tu cabellera, /tan frágil y tan liviana, / dorada cual la mañana, /de la aurora al nacimiento? / dime, ¿qué se hizo tu pensamiento? / Responde, miseria humana. / ¿Dónde está la masa gris, / de tu cerebro pensante? / ¿Dónde en bello semblante, / y mejilla sonrojada, / a veces en noche helada, / quiso robarse un amante?”. 

Incluida originalmente en El burro leñero (1976) –el mismo disco que trae ‘Entre rejas’- ‘La miseria humana’ no solo inmortalizó a Lisandro Meza; también le sonsacó al olvido la figura malograda de Gravini, quien se convirtió en uno de los personajes ilustres de Soledad en donde hoy hay un monumento que celebra su obra. Por otro lado, fue un hito dentro del catálogo de Fuentes que, pese a la vasta extensión de la canción –más de diez minutos de retahíla-, fue incluida completa en uno de los volúmenes de los famosos 14 Cañonazos Bailables. Toda una proeza si tenemos en cuenta que en esas recopilaciones de final de año solo tenían cabida éxitos de no más de tres minutos.

En la década de los ochenta, Lisandro Meza le dio vida a Los Hijos de la Niña Luz, una orquesta familiar que recorría los pueblos en una vistosa camioneta. De aquella aventura quedaron para el recuerdo ‘Dejala corre’ –grabada para el sello Felito en 1980-, ‘Crees que soy sexy’ –su versión de ‘Do you think I´m sexy’ de Rod Stewart-, ‘Con la lengua afuera’ y una venenosa cumbia de Ivo Otero titulada ‘Las tapas’. 

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Luego de éxitos como ‘Estás pillao’ y ‘Sal y agua’,  Lisandro Mesa se convirtió en referente para la colonia  hispana en Estados Unidos y un ídolo para los sonideros mexicanos. Aunque es un baluarte de la música tropical colombiana, su actividad musical se ha sustraído a los países del norte del continente donde gentes nostálgicas y pachangueras aún lo siguen celebrando como un venerable monumento de la música de acordeón. 

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