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Historias de bibliotecas y su magia en las regiones

La literatura hace la diferencia en los territorios y estos espacios lo demuestran.

Por: Eduardo Otálora Marulanda

Hace días estuve recorriendo diferentes regiones del país y unas de las paradas obligatorias fueron las bibliotecas públicas. Sus historias son conmovedoras e inspiradoras por el esfuerzo que ponen para salvaguardar los libros y lograr que sean leídos. Aquí algunas de ellas.

Providencia:

En la isla de Providencia la lluvia es vida. Cuando no llueve todo se pone amarillo, las hojas de los árboles se caen, las vacas y caballos flacos deambulan por la carretera, buscando un oasis de pasto, y todas las personas se preocupan porque está bajando el nivel de la represa que provee agua a la isla. En contraste, cuando llueve todo se pone verde en pocos días, casi en horas, y pronto vuelve a escucharse el sonido de las quebradas que bajan de la montaña buscando el mar. Así es Providencia, una isla de lluvias y soles. Y además de este encanto hay otro: allá, en los 22 kilómetros cuadrados que tiene de área, hay dos bibliotecas. Sí, dos, en ese pedacito de tierra metido en el caribe. Bueno, por ahora una, porque la que está ubicada en el sector de Caballete, cerca al centro, la están remodelando, por eso sólo está activa la del sector de Casa Baja. Esa remodelación ya es un indicador de la importancia de la biblioteca para la isla: quienes trabajan ahí no la van a dejar derrumbarse, sino que la verán renacer.

Con la biblioteca trabajan, directa e indirectamente, más de diez mujeres comprometidas con la promoción de la lectura y el acercamiento de los públicos infantiles a los libros. Hace unos años empezaron con clubes de lectura, luego se asociaron con la red RELATA y empezaron a ofrecer talleres de creación literaria, después abrieron sus puertas para que ensayara uno de los grupos de teatro de la isla y, hace poco, su logro más reciente, fue que realizaron la primera versión de la Semana del Libro y la Literatura de Providencia y Santa Catalina. Así la biblioteca se ha convertido en un isla dentro de la isla, un lugar por donde pasa cualquier iniciativa que busca transformación social desde el arte.

Rivera:

Rivera es un pequeño municipio del Huila que brilla en el mapa porque de allí es originario José Eustasio Rivera, uno de los escritores más importantes de la literatura colombiana. Bueno, lo del nacimiento está en disputa con Neiva, pues allá aparece registrado. Pero, en todo caso, José Eustasio Rivera dejó gran parte de su alma en Rivera y por eso los riverenses mantienen viva su vida y obra. Esa es una de las razones por las que varias de las paredes del pueblo están adornadas con murales que hacen referencia a La vorágine.

En Rivera hay una casa de la cultura y en ella una biblioteca pública. Los libros de esta biblioteca son muy interesantes porque, en su mayoría, tienen las hojas arrugadas, como si les hubiera llovido encima. Y justamente fue eso lo que pasó. La historia es más o menos como sigue. Al lado de donde está la biblioteca había un árbol viejo, de esos que tienen ramas enormes que dan una sombra refrescante y de las que se desprenden líquenes que son como barbas de viejo. El árbol era bello y le daba a la biblioteca una sensación de “casa mágica” que la hacía todavía más interesante. Sin embargo, un día cayó sobre Rivera una tormenta épica, con rayos y truenos que removieron hasta las tumbas del cementerio. Uno de los rayos fue a dar justo en una de las grandes ramas del árbol y ésta cayó encima del techo de la biblioteca. Lo destruyó. Entonces empezó a llover sobre los libros. Lo único que pudieron hacer las personas encargadas fue tratar de llevarlos a un lugar donde no se mojaran, aun poniendo en riesgo sus vidas porque se les podía terminar de caer el techo encima. Esas personas le salvaron la vida a los libros. Luego, cuando salió el sol, los sacaron al jardín y esperaron a que se secaran, para rescatar los que se pudieran. Los libros sobrevivientes volvieron a las estanterías, más gruesos que antes, porque traían encima las huellas de la humedad, porque eran sobrevivientes de una tormenta.

La Dorada:

La Biblioteca Pública Municipal de La Dorada, Caldas, está a un par de cuadras del río Magdalena. Es un espacio amplio que recibe a los visitantes con un gato perezoso que no se mueve ni cuando uno pisa bien cerquita de sus patas. La entrada es estrecha y él está atravesado en toda la mitad pues le gusta el fresco de las baldosas que están acomodadas justo ahí. Lo entiendo. En La Dorada, a 37 grados centígrados, todos quisiéramos estar tirados en el piso. Luego de cruzar al gato, se ven estantes que parecieran caminar sobre zancos. La explicación me la dio Andrea González Álvarez, quien está a cargo de la biblioteca. Resulta que por allá al río le gusta leer y entonces varias veces se ha metido sin permiso, trepado por los estantes, se ha tragado tomos enteros llenos de historias para luego dejarlos por ahí, como moribundos. Cuando la inundación baja llegan a rescatarlos personas como Andrea, que los aman y no soportan verlos agonizar. De nuevo, como en Rivera, el sol inclemente es el mejor aliado. Me contó Andrea que la última vez que se metió el río en la biblioteca ya estaban preparados y por eso todos los libros estaban, al menos, a un metro de altura. De ahí la imagen de los zancos.

Pero este no es el único milagro de esta biblioteca. Actualmente están llevando a cabo un proyecto maravilloso con la población invidente y sorda del municipio: los están llevando a leer el mundo. Tal como lo explica Andrea, lo que hacen es realizar actividades cerca del río en entornos donde el sonido, los olores y las texturas sean protagonistas. Así los participantes “ven” el mundo con los otros sentidos. Cuenta Andrea que en esas visitas el río les canta-sabe-huele-acaricia y que se porta bien, que se aguanta las ganas de meterse a leer a la biblioteca.

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