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Las historias del Museo de calabazo en Córdoba

María Julieta Cardona Aristizábal es esa definición de paisa 'echá pa lante' que creo un museo en medio del bajo Sinú.

“Somos seres llenos de pasión, la vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tu puedes aportar una estrofa”, dice Walt Whitman en su poema ‘No te detengas’. Ese poema podría ser la definición perfecta para la vida de María Julieta Cardona Aristizábal, una paisa que ha montado su ‘Museo del Calabazo’ en San Antero.

La travesía de esta mujer de 68 años, para arribar al bajo Sinú y vivir de lo que produce la tierra, como buen campesino, ha sido apasionante y para contarme su relato, me recibe con un buen tinto servido en coca de calabazo.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

La mujer salió de Támesis (su lugar natal), de Medellín, de Antioquia en la época de Pablo Escobar y luego de recorrer el país de palmo a palmo, decidió instalarse a 70 km en la vía que conduce a Montería, es decir, en San Antero.

“Estamos en el bajo Sinú, es decir que hacia el norte está el ejército en Montería, al occidente está la armada Nacional en Coveñas, está el Río Sinú y el mar para que se pueda pescar y si quiere estudiar, está Montería, Medellín o Cartagena y por ello puse el local precisamente en esta vía. Y este sitio lo escogí por mis hijos, porque para la dirección que cogieran, van a encontrar un lugar que les dará un buen futuro”.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

“Sacrificio, entrega y aventura”

Es seguramente la fórmula que ha descubierto doña Julieta, para forjar un museo que cuenta con más de 400 artículos hechos a mano, con figuras de toda clase: avispas gigantes, hormigas, grillos, gatos, perros, fruteras, collares, loros, pájaros… todos hechos de calabazo y totumo: “Sacrificio, entrega y aventura”.

La tienda huele a madera y a vinilo que se entremezcla con el polvo que se cuela del aire puro que entra por la inmensa puerta principal.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

Un lugar hecho con la piel, así se podría calificar este lugar pues colgados y acomodados a lo largo de los poco más de 40 mts2, se erigen todas esas figuras que amoldan el concepto de museo, dedicado a un material que nace de las tierras campesinas de Colombia. Seguramente por ello, doña Julieta es una persona que tiene claro una cosa “los campesinos merecen una mejor vida”.

“Le entregaba la semilla de calabazo al campesino, él lo cultivaba, me lo entregaba y yo le pagaba, les daba comida, lo que tuviera”. Entonces, con el cultivo en producción y con el talento y el arte en las manos, doña Julieta empezó a fascinarse por las formas del calabazo y el totumo.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

Esas artesanías lo heredó de su familia, de su padre que le dejó algo importante para ella: la fascinación por todo y el hecho de hacer las cosas por su propia cuenta y, según doña María Julieta, todos sus hermanos nacieron con “ese torcido”.

Beethoven en medio del vallenato.

Pero esta tamesina supo que su historia debía tener una característica especial, como si algo todavía le faltara. La música ha sido esencial en su vida y por eso no duda en poner el concierto de Beethoven en las 10 mil voces, a las 11 de la mañana en un pueblo monterano, donde predominan las voces de Diomedes Díaz, los Hermanos Zuleta y Kaleth Morales, entre otros.

El comienzo de toda historia tiene un poco de suerte, un poco coincidencia y mucho de ‘perrenque’ y una buena dosis de perseverancia y doña Julieta lo recuerda así:

Se pensaría que a ella lo que le apasiona es eso, las artesanías, pero no es así. Existe un detalle que la motiva para que haya creado todo un mundo de figuras ‘calabazadas’ y ‘totumizadas’ y se reduce a la más simple de las expresiones.

“A mí lo que más me gusta es estar ocupada” y gracias a esa práctica de siempre estar haciendo algo, de meterle un poco de música clásica y de sacar a relucir esa pericia paisa que los diferencia de otras formas de hacer plata, esta mujer ha forjado un imperio de calabazos que se extiende por más de 100 mts2, 60 de ellos cultivando el insumo que le da de comer a más de 17 personas que trabajan para ella y que, por supuesto, “siempre hay que reconocerles el trabajo”.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

Porque si hay algo que no le gusta a doña Julieta es que “sean injustos con el campesino” y por eso, a las personas que le laboran, les paga cumplidamente su día y les da de comer… eso sí, comida no cocinada por ella, pues “a mí el preparar alimentos no me da más dinero”… cuentas claras y el chocolate espeso.

Foto: Andrés Álvarez Pardo

El tiempo y la experiencia que le ha “dado Dios”, como ella lo define, le ha alcanzado para poder escuchar el lenguaje del campo:

Esos aprendizajes y el continuar creando, el enseñar y el saber vender, le han dado para que su museo se mantenga en el mismo sitio durante 27 años y que siga creciendo, pues es una de las curiosidades de la región.

Foto: Andrés Álvarez

Luego de esta charla, concluyo también que la vida de esta mujer puede ser definida por otro verso de Whitman: “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te queite el derecho a expresarte, que es casi un deber”, y doña Julieta lo tiene claro.

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