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Tejidos, agricultura y paz: el camino de una indígena kankuama en la Sierra Nevada de Santa Marta

Una mujer indígena kankuama encontró en el campo y en el trabajo comunitario un nuevo propósito, luego de la desaparición de su hijo por cuenta del conflicto armado.
Mujeres campesinas e indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta
Foto: Radio Nacional de Colombia
Humberto Carrillo

Este contenido hace parte del especial 'Mujeres campesinas: esperanza en los territorios' de El Campo en la Radio, elaborado en el año 2021.

Ninfa Rosa Guerra es campesina e indígena de la etnia kankuama en la Sierra Nevada de Santa Marta. Como emprendedora se ha dedicado al cultivo de café, caña, plátano, la cría de gallinas y cerdos y al tejido de canastos. Luego de ser víctima de la violencia, decidió dar un paso al frente para aprender a leer y a escribir y dedicarse a trabajar con su comunidad.

Montada en su mulo ‘Brusquito’, temprano en la mañana Ninfa recorre el camino desde su casa en el corregimiento de Guatapurí, y luego de dos horas subiendo las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, llega a su pequeña finca El Manantial. Allí cuida sus cultivos y animales junto a su esposo Luis Enrique Daza. El mismo recorrido lo hace bajando las empinadas lomas y cruzando el río Guatapurí una vez a la semana, y entra al pueblo cuando ya ha caído las sombras de la noche.

Descendiente de la etnia kankuama, con 57 años y tres hijos, Ninfa se define como una mujer fuerte luego de haber vivido la violencia en su territorio, cultivadora de café, caña, plátano, aguacate, frutas; emprendedora, vendedora de arepas, miembro de la cooperativa, fiscal de la tienda comunitaria, cuidadora del medio ambiente y líder natural del corregimiento de Guatapurí ubicado en el nororiente de Valledupar, en la Sierra Nevada de Santa Marta, departamento del Cesar.

“Uno en la finca siembra y consigue todo: la malanga, la yuca, guineo, plátano, filo, café, caña, aguacate, naranja, mandarina. Los llevo a Patillal y Valledupar en unos a sacos a vender los sábados, así me enseño mi mamá, a trabajar”, dice Ninfa mientras teje su mochila de lana.

Mira lejos y recuerda a su hijo desaparecido: “Creo que fue la guerrilla, no hemos sabido nada de él, era un muchacho que estudiaba, los días feriados se iba a trabajar, venía por las tardes, sabía hilar mochila, lavar, cocinar. Fue muy duro porque uno que tenga sus hijos y se lo lleven así y más nunca vuelva a saber de ellos, uno sufre mucho, y cuando ese conflicto armado antes gracias uno no se volvió loco o se murió de un infarto, hay secuelas”, comentó Ninfa.

Un nuevo comienzo

Más de 400 indígenas kankuamos fueron desaparecidos en el marco del conflicto armado interno, según datos de la Comisión de la Verdad. Más de 13 mil desplazados víctimas del accionar de los grupos violentos, y entre los años 1985 al 2008, fueron asesinados 451 indígenas de esta comunidad, quedando más de 300 viudas y madres cabeza de hogar.

Pero este suceso doloroso llevó a Ninfa a un nuevo camino, “Desde ahí me dediqué con mi esposo a trabajar. Lucho no quería. A mí no me acostumbraron así, a mí me gusta cargar mi plata en el bolsillo, déjeme trabajar, yo hago todo eso, voy allá arriba, busco leña, limpio, siembro matas de caña, hago el almuerzo, me siento a tejer mi mochila, no me canso, me cansaría si no hiciera nada, porque mi mente me gusta tenerla ocupada, uno sin hacer nada se confunde, se enferma. En cambio, me he dado cuenta en la vida, que con la mente ocupada uno no piensa cosas malas sino todo bueno”.

Una lección de vida

Al tiempo que ensilla una mula, el compañero de Ninfa, Luis Enrique Daza, reconoce haberse equivocado cuando no creía en ella: «A Ninfa le gusta hacer de todo, quiere estar metida en todo lo que hay, yo siempre la molestaba y le decía “sálgase de eso, usted no es capaz”, pero no me hacía caso y siempre se iba, me he dado cuenta que sí es capaz, va pa’lante. A veces uno sin pensar y sin darse cuenta se equivoca, yo me equivoqué ahí y le pido disculpas a ella, es una mujer emprendedora. Tiene caña, tiene cerdo, gallinas, es socia de la cooperativa y de la tienda, toda mujer no hace eso, la admiro», aseveró Luis Enrique.

El trabajo comunitario

Ninfa es miembro de la Asociación de Productores Agroecológicos Indígenas Kankuamos de la Sierra Nevada de Santa Marta-Asoprokan, una organización de base comunitaria conformada por 150 familias indígenas kankuamas, y también es socia de la cooperativa Asoprocagua, junto a otras 17 compañeras de Guatapurí, y montaron una tienda en la cual comercian diferentes productos: “En la cooperativa vamos a cumplir dos años de haberla fundado. Pusimos la tienda y ahora soy la fiscal. Yo no sabía escribir los números grandes, pero he ido aprendiendo”.

Enilba Rosa Pacheco Arias, amiga de Ninfa desde la infancia también cuenta sus experiencias: “somos contemporáneas, vivimos la misma niñez, y hemos vivido los mismos trabajos y dolores. Hemos perdido familiares en plena violencia. A ella le ha tocado vivir en varias partes, en Valledupar y otros lados. Ha luchado como cualquier mujer berraca de este pueblo. Hace arepas, teje mochila, chinchorro, siembra caña, café. A todas las mujeres del mundo les digo que no nos quedemos ahí, no nos estanquemos, porque nos mataron al esposo o un hijo, pa’lante y orgullosísima de ser indígena kankuama”.

Ninfa Rosa Guerra mira hacia las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta mientras disfruta de su café: “Si nosotros los mayores le vamos inculcando valores a los jóvenes, ellos van aprendiendo. La paz la encontramos nosotros mismos entre familia y amistades. A los jóvenes les digo que acojan lo que la madre naturaleza y Dios nos dicen que hagamos, unirnos, buscar la paz, vivir en armonía. A las mujeres, mis compañeras, que sigamos adelante con mucho empeño y mucha fuerza, que así es como podemos vivir en paz, con amor y alegría”.

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