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Falleció Maura de Caldas: la memoria viva del fogón que nunca se apagará

El legado de la maestra Maura perdurará en la gastronomía y sociedad colombiana. Descansa, maestra del fuego. Tu sazón siempre vivirá.
Murió Maura de Caldas: legado en la gastronomía colombiana
Foto de: Concejo de Cali
Sara Arboleda

La cocina del Pacífico colombiano hoy está de luto, pero también profundamente agradecida. Se ha ido Maura Hermencia Orejuela de Caldas, la mujer que cocinó como quien canta, como quien reza, como quien abraza a un pueblo entero desde su olla y su cuchara. La maestra, la guardiana, la voz y el fuego de una tradición que durante más de siete décadas tejió historia, sabor y dignidad para su gente.

Guapi, Cauca, 1938 – Cali, Valle del Cauca julio 5 2025

Maura nació en Guapi, a orillas del río, pero su corazón se sembró en todo el Valle del Cauca. Desde muy pequeña entendió que el fogón no era un lugar menor: era un templo. Lo supo cuando su abuela, con rigor y amor, le enseñó que cocinar no era solo preparar alimentos, sino narrar una historia de resistencia, memoria y cuidado. “Yo nunca sentí rencor”, decía al recordar esos días, “porque la cocina era mi destino”.

Y así fue. A pesar de que sus maestras en la Normal de Señoritas la castigaban por preferir el sabor de un guiso al trazo de una tiza, Maura siguió cocinando. Aunque le dijeron que tenía “alma de sirvienta”, ella no se detuvo. Sabía que en sus manos hervía algo más grande: la identidad de todo un pueblo.

Con los años, fue más que una cocinera: fue pedagoga, escritora, conferencista, y sobre todo, sembradora de saberes. Fundó el restaurante Los Secretos del Mar, el primero en traer la gastronomía del Pacífico a Cali para públicos que antes la despreciaban. Lo hizo con valentía, con amor, con la certeza de que la cocina podía sanar los cuerpos… y también las almas.


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Durante más de medio siglo enseñó en aulas, en cocinas, en festivales. Formó a cientos de jóvenes en la Escuela Gastronómica de Occidente y jamás dejó de aprender de ellos. “Me rejuvenecen”, decía con una sonrisa, incluso ya desde su silla de ruedas. Cada plato que salía de sus manos era un acto de amor, un homenaje a su hijo y a su esposo, quienes partieron antes que ella, pero por quienes siguió cocinando “como si aún estuvieran sentados a la mesa”.

Para Maura, el Petronio Álvarez fue más que un festival: fue una puerta sagrada donde el Pacífico se reconocía. “Nos ha enseñado a respetarnos”, decía, “a entender que somos capaces e inteligentes”. Y lo decía con esa voz suave pero firme, que acariciaba los recuerdos y les daba sentido.

Recibió premios, nacionales e internacionales y llevó la sazón del pacífico colombiano por múltiples rincones del mundo. Pero sus galardones más grandes fueron los abrazos después del almuerzo, las lágrimas de una mujer que probaba el sabor de su infancia perdida, los ojos brillantes de un joven que aprendía a preparar encocado y entendía, de golpe, de dónde venía.

Publicó su libro Sabor a Maura y dejó escritas sus recetas, pero sobre todo su filosofía: “El ingrediente más importante de la cocina es el amor. Cocinar es honrar la vida”. Y eso hizo, hasta su último aliento.

Hoy, mientras el Pacífico se recoge en su duelo, en cada casa donde hierve el coco o se sofríe la cebolla larga, vive Maura. En cada cucharón de mariscos servido con alegría, en cada fogón prendido con esperanza, en cada joven que decide no avergonzarse de su raíz sino celebrarla.

Gracias, Maura, por recordarnos que la cocina también construye paz, que el saber tradicional es un acto político, y que la ternura cabe en una cazuela. Que tu espíritu sabio y generoso siga habitando nuestros sabores, nuestras memorias y nuestras resistencias.

Descansa, maestra del fuego. Tu sazón siempre vivirá.

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