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Cine: un recorrido por la historia de los teatros que apagaron sus proyectores en Bogotá

Al menos 50 salas de cine han desaparecido con el tiempo en la capital, recordamos algunas historias en estos espacios.
Richard Hernández

Por: Richard Hernández

Han pasado 108 años desde la construcción de la primera sala de cine en Bogotá. El 8 de diciembre de 1912 se proyectó la primera función en el Salón Olympia, con la película italiana ‘La novela de un joven pobre’, según el libro de Hernando Salcedo Silva ‘Crónicas del cine colombiano’. Pero muchos de estos antiguos espacios de la pantalla grande han desaparecido con el tiempo. Hacemos un recorrido por su historia en la capital.

En 1924 se inauguró el Teatro Faenza, que aún sobrevive y que está bajo la custodia de la Universidad Central. Luego, en 1938, vendría el Teatro San Jorge, el cual está en proceso de restauración, y el Teatro Colombia en 1940, que en 1970 tomaría el nombre de Jorge Eliécer Gaitán, en honor al caudillo liberal asesinado.

Luego aparecieron otros escenarios como el Teatro El Parque en 1936 y el Teusaquillo en 1938. En la década de los 40, con las construcciones de varios barrios bogotanos, empiezan a surgir algunas salas de cine en esos sectores.

En la actualidad, estos escenarios para contemplar el séptimo arte, se han convertido en iglesias cristianas, evangélicas y protestantes, discotecas, librerías, bodegas, sitios de striptease, parqueaderos, grandes edificios y centros de impresión.

“En el barrio Palermo, donde vivía, asistíamos los domingos por la mañana a la iglesia Santa Teresita. Al terminar la misa, pasaba la calle y entraba al matiné en el Teatro Miramar. Allí conocí las películas de Walt Disney y también a ‘Tarzán’. Recuerdo especialmente cuando vi ‘El Profesor chiflado’ de Jerry Lewis. Salí enloquecido con ese personaje y le cogí un respeto impresionante cuando, tiempo después, descubrí que Lewis había sido profesor de Martin Scorsese”, comenta Augusto Bernal, sociólogo, crítico de cine y profesor universitario.

El otro teatro que marcó a toda una generación fue el Arlequín, ubicado en ese mismo barrio. Después, con el tiempo, estos teatros se convirtieron en famosos cineclubes.

“Teníamos una especie de trayectoria de cineclubes y teatros que ya desaparecieron: comenzaba en el Arlequín, seguía en el Teatro California, que era de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, después el Teatro de Radio Sutatenza y terminaba en Comfenalco, en el centro de la ciudad, que era el cineclub del maestro Hernando Salcedo Silva”, cuenta Bernal.

Otro oficio que también se perdió según Bernal, era el de cazador de películas muy singulares en teatros que llamaban “Tarros” o de mala muerte. Por ejemplo, el Imperio en Chapinero, en el que infaltablemente, en la sesión de cine doble, ponían una película de sexo y otra de violencia.

“También empecé a conocer los teatros de barrio cuando era inspector de cine. El cargo era una ventaja que uno usaba para entrar a cine gratis con la novia. Con este oficio conocí el Teatro Apolo, Novedades y Aladino, entre otros. Era un recorrido más de la memoria cinematográfica de un cazador de imágenes. Uno podía encontrar esos teatros como El Caldas que tenía palcos a los lados y que ahora creo que es un gimnasio. También los grandes telones de teatros como el Lucia, el Trevi y el Radio City.

Bernal suele recordar que la primera vez que llegó el cinerama a Bogotá “era un espectáculo en tres pantallas. Con esa técnica pude ver en el teatro Scala, de la Calle 72 con Caracas, 'La conquista del Oeste' y 'El maravilloso mundo de los hermanos Grimm'”.

Otro aspecto importante que ocurría en las salas de cine en aquella época era la censura y la presión de la iglesia para no dejar pasar imágenes que ellos consideraban ofensivas. Por ejemplo, en el Cinelandia, que estaba ubicado en la 66 con 13, presentaron 'Saló y los 120 días de Sodoma y Gomorra' de Pier Paolo Pasolini. Bernal pudo verla a pesar de que pedían cédula para entrar, pero por su gran estatura no le pusieron problema.

“Con los años, estudiando a Pasolini, descubrí que a la película tenía cuatro círculos y le habían quitado uno: el círculo de la mierda, que era el más evidente y que la iglesia censuraba. Eso me lleva a otra anécdota. Había una sala de proyección para los distribuidores del Metro Teusaquillo en la calle 34 entre la Caracas y trece. En el último piso había una sala bellísima y ahí pude ver ‘La última tentación de cristo’ de Martin Scorsese que estaba prohibida”, afirma Bernal.

Otra sala de cine muy recordada fue la del San Carlos en Chapinero, que terminó para obras de teatro. En él se pasaban las mejores películas del spaghetti western: Django, Ringo, Franco Nero y Santana. Había una zona en el centro en donde se encontraba el Teatro México, el Apolo, y el Ariel, allí pasaban cine mexicano. También muchos teatros de barrios como el Teatro Copelia, en el barrio Modelo Norte, proyectaban cine del país azteca.

“Había un teatro que me encantaba y al que yo iba los 25 de diciembre, cuando estrenaban películas, que era el Teatro Metro Riviera y en el que ahora funciona Theatron. Ahí vi ‘E.T. el extraterrestre’, de Steven Spielberg. Recuerdo que proyectaban sobre el telón cuando empezaba la película y sonaba la música espectacular de la Metro Goldwyn Mayer y se empezaba abrir el telón. Era un espectáculo que esta generación ya nunca verá”, manifiesta Bernal.

La lista de todas esas salas de cine que desaparecieron del barrio Chapinero es grande: Aladino, Almirante, Arlequín, Astor Plaza, Cinelandia, La Comedia, Chapinero 1 y 2, Libertador, Lucía, Royal Plaza, Metro Rivera y San Carlos.

“Son muchos recuerdos de muchos teatros, que hacen que los cinéfilos de pura sangre, diría yo, conozcan, recuerden y capaciten sobre lo que para nosotros era el cine. Tal vez estas nuevas generaciones ya no necesitan de teatros sino de un televisor”, puntualiza Bernal.

“El concepto de cine de barrio se hace muy popular en los años 80 y 90 principalmente. Eran salas bien dotadas técnicamente, con proyectores de 35mm., y de exhibición de cine independientes diferentes a los circuitos comerciales como Cine Colombia. Esta condición permitía programaciones y exhibiciones mucho más alternativas y arriesgadas, incluso que las de hoy en día”, agrega Armando Russi, profesor, realizador audiovisual de la Universidad Nacional de Colombia y representante del Sector Artístico-Creativo del Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía (CNACC).

En Bogotá, según Russi, estas salas se encontraban principalmente en el Centro y en Teusaquillo. Los cines de barrio eran, además de lugares de exhibición, templos arquitectónicos que funcionaban como nichos culturales. Cada sala contaba con un público específico y muy fiel a las programaciones.

“Podíamos encontrar a cines de barrio especializados en exhibición de cine norteamericano de culto como Western, o Cine Negro como el Teatro Olympia ubicado en la carrera 9 con calle 25, hoy convertido en oficinas de una entidad bancaria, u otros especializados en cine europeo de autor como el Teatro Coliseo ubicado en la carrera 7 con 27, hoy un restaurante y sala de eventos”, asegura Russi.

Asimismo, asegura que, entre los años 90 y principios de los años 2000, sobreviene un escenario negativo para la exhibición alternativa de los cines de barrio y cineclubes en Colombia: triunfa el cine de carácter comercial, que es capitalizado por la firma antítesis del cine nacional. Cine Colombia, Procinal Royal Films y Cine Mark, que además actúan, no solo como exhibidoras, sino como distribuidoras junto con United International Pictures, Cinecolor Film, Cineplex y Babilla cine.

“Culturalmente el cine pierde su validez como arte y se asume como un espectáculo de entretenimiento. Ante este panorama, sumado a los altos costos de los derechos de distribución y exhibición y a la especialización de los entes de control legal, los cineclubes y cines de barrio van perdiendo adeptos y cerrando sus puertas o convirtiéndose en salas de exhibición de cine pornográfico, iglesias cristianas o parqueaderos”, expresa Russi.

Muchos teatros bogotanos quedarán en la memoria de quienes alguna vez los visitaron y se deleitaron con las historias del séptimo arte. En homenaje, terminamos con una lista de esas salas de cine en la ciudad que una vez fueron y que ya desaparecieron:

Azteca, Bacatá, Bogotá, Cinemas 1, 2, 3, 4 y 7, Coliseo, Copelia, El Cid, Cádiz, Embajador, Esmeralda, Lido, Metro, Metropol, México, Olympia, Opera, Tequendama, Tisquesusa, Atenas, El Dorado, Faenza, Lago, Patria, Lux, Minuto de Dios, Mogador, Novedades, Palermo, Radio City, Roma, Trevi, San Jorge, Calipso, Santa Cecilia, Avirama (Fontibón), El Carmen, Iris, Kennedy, Santander, Ponce Sur, Sucre, Cinema Ricaurte, Aristi, Ezio, Las Cruces, Milán, Quiroga, Real, San Remo, Santa Lucía, Scala.

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