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El sonido auténtico de Macondo

Por: Laura Ramírez.

Foto: Colprensa. 23 de abril de 2018.

Por: Laura Ramírez.

La música siempre ha estado presente en los libros de Gabriel García Márquez. El cataquero poseía una capacidad infinita de ambientación, tanto así que los lectores casi que podían escuchar los sonidos auténticos de Macondo en sus letras.

Muchos vallenatos que pusieron a cantar y a bailar a Gabriel García Márquez están presentes en cada uno de sus párrafos, él mismo así lo manifestó al decir que “Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas”, cuando indagaron sobre la base de su obra.

“Sin lugar a dudas, creo que mis influencias, sobre todo, en Colombia, son extraliterarias. Creo que más que cualquier otro libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos (...) Me llamaba la atención, sobre todo, la forma como ellos contaban, como relataban un hecho, una historia (...) Con mucha naturalidad", afirmaba el Nobel.

La descripción del entorno geográfico de Macondo y de sus gentes, con su calor asfixiante, propio del Caribe colombiano, se nutren del universo vallenato. Sus letras sirvieron para que el mundo descubriera detalles de un folclor que les dio vida a hombres descalzos que viajaban de pueblo en pueblo cantando noticias.

“Cuando uno se lee ‘100 años de soledad’ encuentra implícita la idiosincrasia no solo de Aracataca, sino de todo el Caribe colombiano. Los cantos vallenatos son relatos directos de la naturaleza de los pueblos de la Costa Caribe”: afirma Rafael Darío Jiménez, director de la Casa Museo Gabriel García Márquez.

Para el hijo de Aracataca los cantos de vallenato musicalizaban la vida cotidiana:

“No hay una sola letra en los vallenatos que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, una experiencia del autor (…) Un juglar no canta porque sí, ni cuando le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo después de haber sido estimulado por un hecho real”.

Foto: Colprensa. 23 de abril de 2018.

Al igual que la música de acordeón, el vínculo de Gabriel García Márquez y dicho folclor, quedó marcado debido a la gran amistad que entabló con Rafael Escalona, uno de los grandes juglares del vallenato.

La amistad entre el escritor y el compositor fue bastante cercana. Siempre que le preguntaban a Gabo por Escalona, señalaba que el compositor patillalero narraba en una canción de cuatro estrofas, la misma historia en la que el escritor dedicaba meses de desvelo y cientos de páginas.

Asimismo, en ‘Cien años de soledad’ Márquez inmortalizó al compositor: “En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia un conjunto de acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco El Hombre”.

Gabriel García Márquez siempre tuvo una gran admiración por los forjadores de la cultura musical costeña, como es el caso de Leandro Díaz, le apasionaba la forma como narraba de manera tan precisa ese mundo del cual los ojos del compositor no podían ser testigos.

“Uno de los vallenatos favoritos de Gabo fue ‘La diosa coronada’ de Leandro Díaz. Para el Nobel de literatura era de maravillarse que un hombre ciego pudiera narrar de forma tan perfecta la naturaleza, aún sin poderla contemplar. Leandro es un compositor fuera de serie. La sensibilidad que tenía por el medio ambiente, era algo que siempre impactó a Gabriel García Márquez”, comenta el investigador fundanense, Venancio Aramis Bermúdez.

La pasión de Gabo por el vallenato era tal, que no en vano, quedó para la historia el momento en que la delegación vallenata conformada por Rafael Escalona, Poncho y Emiliano Zuleta viajan junto a él para acompañarlos a recibir en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura.

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