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La cosmogonía de los espíritus: lo intangible de la Amazonía

Los tatuyos entienden la pasiva convivencia con los seres invisibles, con los espíritus (elementos, plantas y animales) como la fuente del equilibrio cósmico.
Daniel Santa

“La tribu de nosotros, como bajados del cielo, llegamos purificando, asociándonos con las tribus. Cada tribu nacieron… otra gente son de tierra, o sea, yepamasá oaímaja. Esos son nacidos tierra. Esos son gente de tierra. Hay otra gente de oaímasa, esa es gente de pescado. Hay gente de palo, hay gente de piedra. Eso tiene espíritu en el corazón”.

Lo que está enseñándonos Agustín Muñoz, sabedor del Clan Tatuyo del Vaupés, es que la selva está regida por espíritus de seres que no alcanzaron a humanarse. Son gente piedra, gente árbol, gente tierra que no debe ser agraviada. Ñaquébayo, hijo del sabedor de la etnia Barazano, en la Maloca Ceima Cachivera, y cuyo nombre mítico significa “Héroe de la chaquira”, también explica que los espíritus de la selva tienen poderes de dimensiones mayores.

“Entonces, cuando llega un blanco, empieza a sobrevolar con su helicóptero, con su dron, es como si estuviera molestando su tranquilidad (la de los espíritus), su paz. Pero si llega tranquilo, pregunta, quiere conocer, tiene intriga, quiere compartir su experiencia, quiere hacer parte del conocimiento de nosotros, los indígenas, no pasa nada. (…) Es el clima, es el medio ambiente, es el trueno, son los diablos, son los tigres los que reaccionan”, dice Ñaquébayo.

Los tatuyos entienden la pasiva convivencia con los seres invisibles, con los espíritus (elementos, plantas y animales) como la fuente del equilibrio cósmico. Por eso apelan, en su manera de enfrentar lo días, al buen trato de la tierra y todo lo que en ella vive. No es la selva una fuente inacabable o un instrumento: es el espacio de reunión de seres que se enojan, que palpitan.


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“Son gente, la naturaleza son gente, son humanos como nosotros. Si no pedimos permiso a ellos, estamos haciendo daño a la persona, estamos en guerra contra ellos. Por eso, ellos cada día van castigando, porque queremos ganarle a ellos. Por eso nosotros comunicamos, le pedimos a los espíritus las cosas, a la naturaleza, y al pescado, los animales, cuándo se puede cazar”, enseña Agustín.

Por eso, la protección de la tierra no es para los tatuyos y los barazanos una acción discursiva sino práctica. Se cuidan de sembrar más de lo debido o de talar un árbol sin antes pedirle permiso a los espíritus. Juran que violentar la selva es violentar a seres poderosos capaces de manifestar su descontento con rayos, sequías y tormentas.

Es justamente el mismo entendimiento de la espiritualidad que tienen los Kamëntsá del Valle de Sibundoy, en el Alto Putumayo. Allí, el médico ancestral Carlos Juagibioy Jakanamejoy extiende el poder de su conocimiento: el remedio del yagé les permite a los Kamëntsá escuchar a los ancestros y alcanzar el equilibrio con la Tierra, la naturaleza y el espacio. Por eso se describen como hijos del viento, del agua, del aire, de las tempestades, del trueno, del relámpago.

“De acuerdo a nuestras prácticas culturales, en la toma de remedio siempre ellos (los ancestros) nos dicen, nos vuelven a recordar, que le pidamos perdón al universo, que le pidamos perdón a la naturaleza porque hemos abusado de ella. No hemos sabido manejar el equilibrio. Hemos ofendido al trato del agua, hemos ofendido al mismo trato de la Tierra. Entonces, en esa visualización, siempre nuestros ancestros y ancestras, abuelos y abuelas, nos dicen: ‘Tienen ustedes que pedir perdón y no repetir las cosas, tienen que buscar el equilibrio’”, dice Juagibioy desde el interior de una pequeña cosa que tiene la forma de una maloca.

Desde el Vaupés hasta el Putumayo se extiende, pues, una red simbólica de formas de comprender la vida que se asemejan aunque varíen los pueblos, las etnias, las costumbres y las lenguas. Los pueblos ancestrales de la Amazonía colombiana han entendido lo que los blancos de las ciudades no: la mística vitalidad de la naturaleza, que es sustento y fuerza; el refugio que los árboles, los cerros, los ríos, son para los espíritus antiguos.

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