La semana del desarme: un camino hacia la convivencia y la paz
Del 24 al 30 de octubre, el mundo conmemora la Semana del Desarme, una fecha promovida por las Naciones Unidas desde 1978 para promover la conciencia sobre el impacto de las armas en la seguridad global y el desarrollo humano.
Esta semana no solo tiene una dimensión simbólica, sino que es una oportunidad para examinar los avances y retos del desarme en contextos de conflicto y especialmente para destacar cómo la paz puede construirse desde la desmilitarización progresiva de las sociedades.
Para Colombia, país que ha vivido más de medio siglo de conflicto armado, el desarme representa mucho más que la entrega de armas. Es la base para una transición integral hacia un país en paz, con justicia social, reconciliación y desarrollo sostenible.
En este 2025, la Semana del Desarme encuentra al país en una etapa clave: entre los avances recientes en diálogos con nuevos grupos armados y los retos que aún persisten para consolidar una paz real, inclusiva y duradera.
En Colombia, el desarme ha sido históricamente una herramienta esencial para prevenir conflictos armados, proteger a la población civil y construir un entorno internacional más seguro. Desde su creación, las Naciones Unidas han insistido en que la seguridad no se logra con más armas, sino con más diálogo, cooperación y acuerdos multilaterales.
Hoy, el desarme también se vincula directamente con la seguridad humana, la defensa de los derechos civiles, y la promoción del desarrollo sostenible. La proliferación de armas, su tráfico ilícito y su uso indiscriminado en zonas urbanas o rurales afectan directamente la vida de millones de personas, sobre todo en países en desarrollo. Además, la aparición de nuevas tecnologías aplicadas a la guerra (como los sistemas autónomos de armas) ha reavivado los debates sobre el control y la ética del uso de la fuerza.
Por eso, más allá de las armas de destrucción masiva, el enfoque moderno del desarme también se centra en las armas convencionales, las políticas de control armamentístico y los procesos de paz que permiten que antiguas facciones combatientes transiten hacia la vida civil.
Colombia: Una historia de lucha y esperanza.
En América Latina, Colombia ha sido uno de los países más activos en procesos de desarme en el marco del fin de conflictos armados internos, desde los acuerdos de paz con las Farc-EP firmados en 2016, hasta las negociaciones en curso con otros grupos insurgentes y armados, el país ha recorrido un largo camino entre la guerra y la esperanza.
Este año, el Gobierno de Colombia ha dado un gran paso en su política de paz total, la estrategia impulsada por el presidente Gustavo Petro para acabar con los grupos armados. Una de las disidencias de las Farc —que agrupa las estructuras llamadas Comandos de la Frontera y Coordinadora Guerrillera del Pacífico con presencia en el suroccidente del país entregó 14 toneladas de material de guerra que serán destruidas, igualmente, el Ejército acabó con 3,8 toneladas de armamento, incluidas 190 granadas, cerca de 15.000 cartuchos y el suficiente Anfo (un explosivo industrial) para crear hasta 12.000 minas antipersona.
La Consejería Comisionada de Paz contabiliza que entre las 14 toneladas se encuentran explosivos, municiones, minas y cañones, material que, una vez destruido, protegerá a más de 165.000 personas, según la entidad. “Cada explosivo, cartucho o mina destruida representa una vida más protegida y un territorio que vuelve a soñar con la paz”, sostiene el organismo.
Por otra parte, uno de los pilares fundamentales de estos procesos ha sido la estrategia DDR (Desarme, Desmovilización y Reintegración), que busca no solo retirar las armas del conflicto, sino reinsertar social y económicamente a los excombatientes. Se trata de un proceso complejo, multidimensional y profundamente político que involucra a gobiernos, organismos internacionales, comunidades, sociedad civil y, sobre todo, a los propios actores armados que deciden dar el paso hacia la legalidad.
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¿Qué es el DDR y por qué es clave para Colombia?
El DDR no es simplemente una secuencia técnica. Es una transición progresiva de la vida militar a la vida civil productiva. En cada una de sus fases —desarme, desmovilización, reinserción y reintegración— se abordan necesidades distintas de los excombatientes y de las comunidades receptoras. El éxito de estos programas depende del diseño adecuado, el financiamiento sostenido y, sobre todo, del contexto político y de seguridad del país.
En Colombia, los primeros procesos de DDR demostraron que no basta con desarmar a una persona: hay que ofrecerle oportunidades, atención psicosocial, educación, empleo, garantías de seguridad y acompañamiento sostenido. Igualmente, el orden cronológico de los programas y la coordinación entre actores es crucial para evitar frustraciones, reincidencias o debilitamiento de los acuerdos de paz.