Unidas por la tierra: mujeres rurales que siembran paz y desarrollo desde la asociatividad en el Catatumbo
En Colombia, las mujeres rurales son las guardianas de la tierra, las semillas y los saberes que sostienen la vida en el campo, pero también enfrentan las mayores desigualdades: menor acceso a la tierra, a la educación, a la conectividad y a oportunidades económicas que garanticen una vida digna. Según la Nota Estadística “Mujer Rural Campesina” (DANE), en 2023 en las zonas rurales vivían aproximadamente 12,5 millones de personas, de las cuales cerca de 5,9 millones son mujeres, lo que explica por qué el presente y el futuro rural pasan por ellas.
En el corazón del Catatumbo, y sin dejarse definir por las limitaciones del territorio, sesenta y cuatro mujeres se organizaron bajo el liderazgo de Leidy Pérez para fundar la Asociación AMOSIF; su marca, “Un Grano para la Paz”, es más que un producto: es memoria, resistencia y autonomía. Cada taza que producen recoge historias de quienes fueron víctimas del conflicto armado y hoy transforman ese dolor en proyectos productivos que generan ingresos y tejido social.

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En un país donde la formalización de la tierra ha sido históricamente desigual, avances recientes muestran que la titulación y la adjudicación de predios están comenzando a mirar de frente a las mujeres: la Agencia Nacional de Tierras reportó que más de 87.000 mujeres se han beneficiado de procesos de adjudicación y formalización en los últimos años, una señal de que cuando hay políticas con enfoque de género las mujeres rurales responden organizándose y produciendo.

Los retos no desaparecen: la pobreza multidimensional persiste con fuerza en el campo, y los hogares con jefatura femenina siguen entre los más afectados. Datos oficiales muestran que la pobreza multidimensional rural se ha mantenido en torno al 24% en los años recientes, con leves variaciones año a año, y que las mujeres campesinas registran indicadores más críticos en educación, acceso a servicios y seguridad económica; esa condición explica por qué iniciativas como AMOSIF no solo buscan vender café, sino garantizar autonomía, capacitación y liderazgo colectivo.
Además, informes especializados sobre la situación de las mujeres rurales recuerdan que las barreras son múltiples: falta de acceso a tecnologías y formación, dificultades para acceder a programas públicos con enfoque diferenciado, y la persistencia de normas culturales que limitan la participación plena de las mujeres en espacios de decisión. El Cuarto Informe sobre Mujeres Rurales elaborado por la Cámara de Representantes documenta estas brechas y subraya la urgencia de políticas integrales que combinen formalización de tierras, educación técnica y acceso a mercados para que las iniciativas locales escalen y se sostengan.
En ese marco, lo que ocurre en el Catatumbo con AMOSIF demuestra algo esencial: las políticas y las cifras adquieren sentido cuando se traducen en manos que siembran, tuestan, empacan y cuentan su historia. “Un grano para la paz es historia, esfuerzo, resistencia y vida digna”, dice Leidy, y la frase toma fuerza cuando se cruza con datos que muestran tanto la magnitud del desafío como las vías de avance: más mujeres tituladas, programas gubernamentales que priorizan a mujeres rurales y una atención pública creciente sobre la desigualdad que las afecta.
Así, en cada surco y en cada venta, las 64 mujeres de AMOSIF no solo cultivan café: cultivan pruebas tangibles de que la paz y el desarrollo rural se construyen con rostro de mujer.
