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Las últimas partidas de ajedrez en el centro de Bogotá

Muchos historiadores afirman que el ajedrez nació en la India, en el Valle del Indo, en el siglo VI d.C. Asimismo, aseguran que inicialmente se llamó Chaturanga.
Richard Hernandez Gonzalez

También, los expertos señalan que el ajedrez llegó a Europa entre los años 700 y 900, a través de la conquista de España por el islam. Cuentan que lo practicaban los vikingos y los Cruzados que regresaban de Tierra Santa.

Según la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte (SCRD), el ‘juego ciencia’ llegó a América después del descubrimiento y el arribo de los colonizadores europeos. En la época colonial, el ajedrez estaba restringido a la clase social alta, es decir, a los españoles que estaban en el poder.

La entidad también menciona que la historia del ajedrez en Colombia se remonta a principios del siglo XX, cuando el juego era popular en Europa y comenzaba a extenderse a otros lugares del mundo. Los primeros registros de partidas de ajedrez en Colombia datan de la década de 1920, cuando se jugaban de manera informal en parques y clubes sociales.

Ajedrez

Además, la SCRD informa que a mediados de los años 40 se creó la Federación Colombiana de Ajedrez (Fecodaz). En 1946, se realizó el primer campeonato nacional de ajedrez de Colombia, sirviendo como plataforma para que los jugadores de todo el país se reunieran y compitieran. El primer campeón nacional fue el maestro internacional Miguel Cuellar Gacharná.

En el centro de Bogotá existieron importantes puntos para la práctica de este estratégico juego. Espacios como Capablanca, Los Maestros, Fischer y Las Vegas, entre otros, sirvieron para que muchos aficionados, de la mano de grandes maestros, se volvieran adeptos al ajedrez.

No podemos dejar de recordar el emblemático café El Automático, por donde desfilaron grandes personajes de la cultura nacional y ajedrecistas tan famosos como Boris de Greiff, Luis Holguín y Daniel Arango.

“Mi esposo Moisés Prada Amaya, quien amaba el ajedrez, fue el que fundó este club en 1977. Le puso el nombre de Lasker en honor al gran ajedrecista, matemático y filósofo polaco Emanuel Lasker, que fue campeón mundial durante 27 años. Al inicio, el club funcionaba en el segundo, tercero y cuarto piso de este edificio ubicado en la carrera séptima con calle 21 y que pertenecía a la fundación San Carlos”, señala Miriam Bonilla, esposa de Prada.

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Cuando murió el señor Prada, sus tres hijas, todas profesionales (médica, ingeniera y psicopedagoga), fueron las que insistieron a su señora madre que siguiera con el negocio. A pesar de que su esposo no había podido adquirir los tres pisos porque la fundación se negó a venderlos, ella continuó pagando un cómodo arriendo.

“El ajedrez no es que nos proporcionara mucho dinero. Las carreras de mis hijas se dieron en gran parte gracias a mi trabajo como contadora. Este negocio funcionó muy bien hasta la época de Turbay Ayala y Pablo Escobar. Antes venían arquitectos, actores, escultores, escritores, filósofos. Por aquí estuvo Edgard Negret y una vez pasó el maestro Fernando Botero. Venían a jugar ajedrecistas de Cuba, Rusia, Estados Unidos, Inglaterra y Francia”, dice.

Anteriormente, el club Lasker tenía cerca de 140 mesas en los tres pisos. En cada planta se reunían diferentes tipos de jugadores: El cuarto nivel era frecuentado por ingenieros, abogados y otros profesionales que no querían mezclarse con los otros; el tercer nivel era frecuentado, en su mayoría, por aficionados y en el segundo piso estaban los grandes maestros como Alfonso Zapata, Oscar Castro y Carlos Ramírez.

En la película colombiana 'La defensa del dragón0, de 2017, escrita y dirigida por Natalia Santa, gran parte de las escenas transcurren en el Club Lasker y en otro sitio icónico del centro de la ciudad, como el desaparecido café La Normanda. También en el libro “Los mercaderes de la muerte”, del periodista Edgar Torres, se hace referencia a este lugar.

Actualmente, el negocio funciona únicamente en el segundo piso. Para mantener el club, doña Miriam, desde hace dos años, vende almuerzos en el punto. De lunes a viernes, asisten diariamente unas 20 personas. Los sábados y domingos son los dos días en que el sitio está más concurrido, ya que desde hace muchos años realizan un torneo organizado por el maestro Miguel Santamaría.

“Ahora uno ve gente jugando ajedrez en la calle. La alcaldía los autoriza, pero ellos no tienen que pagar arriendo, ni luz ni agua. Ellos pueden cobrar barato. En cambio, nosotros cobramos tres mil pesos por una hora, les damos una mesa, fichas, un reloj, luz, asientos, baño y todavía les parece eso caro. Estamos subsidiando el ajedrez”, afirma.

Las piezas de ajedrez y los relojes de madera poco a poco van siendo reemplazados por fichas de plástico y relojes digitales porque los primeros ya son difíciles de conseguir. Por eso, a doña Miriam le toca importar los relojes digitales desde Estados Unidos y China; estos cuestan unos 150 mil pesos. Asimismo, hay un relojero que pasa cada 20 días y se lleva unos 10 relojes de los antiguos para arreglarlos.

Son 31 años que doña Miriam sigue jugando una larga partida para no dejar que la modernidad le dé un jaque mate al Club Lasker. Pero también es consciente de que mantener el lugar es demasiado costoso: “la afición ha decaído por los juegos electrónicos. La gente quiere todo rápido y prefiere la velocidad para matar por internet a sus adversarios. Aquí viene la gente con sus fuertes emociones y matan, pero con una ficha”, concluye Miriam Bonilla.

Ajedrez

Guido Emilio Arriaga Osorio es un psicólogo y escritor. Desde hace 30 años es un asiduo cliente del Club Lasker. Ha publicado cuatro libros. Tiene una obra aun sin publicar que trata sobre la problemática del ajedrez. El protagonista es un indigente que le ha dedicado toda la vida a estudiar las jugadas del número uno de esta disciplina. Una vez tiene un encuentro con el campeón mundial y ahí se desarrolla la trama.

“El Ajedrez le permite a uno vincularse con la filosofía y el arte. Es un universo abierto. Si usted se hace las grandes preguntas, el ajedrez puede ser un ejercicio de sabiduría porque tiene que ver con la táctica. También tiene que ver cómo usted maneja todas sus emociones. Como usted enfrenta un ataque y logra serenarse y pasar a atacar. Es un juego que si usted lo lleva a cabo le puede desarrollar unas capacidades impresionantes”, dice Guido.

Otro de los sitios antiguos que quedan en el centro de Bogotá para jugar ajedrez es “El Rivera”, el cual está ubicado en la avenida Jiménez con carrera novena. También, para financiarse, se ha convertido en restaurante. Desafortunadamente, según Elías Rodríguez, un experto jugador a quien el ajedrez lo apartó de terminar su carrera de filosofía en la Universidad Nacional de Colombia, este sitio se ha convertido más en un lugar de apuestas que en un espacio para disfrutar el juego-ciencia.

Asimismo, Elías dice que una de las razones para que estos espacios hayan desaparecido en este sector es por la estructura de la globalización: “como el ajedrez pasó al internet, mucha gente juega en esas plataformas. Entonces se fragmentó y por eso, en la ciudad hay como unos diez clubes en diferentes barrios, los cuales reúnen un gran número de aficionados.


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Además, dice Elías que hay torneos a gran escala como los que organiza la plataforma internacional Deporte Mental, la cual organiza eventos en diferentes centros comerciales con una avanzada tecnología.

En los últimos años, sobre la carrera Séptima se han instalado dos espacios para practicar este pasatiempo al aire libre. El primero de ellos es el que queda en la calle 12, frente al edificio Murillo Toro. La idea fue de Luis Garzón, quien tiene un puesto de dulces frente a dicho edificio y es un gran aficionado. 

Hace 16 años, a Garzón se le ocurrió la idea de poner una caja de cartón y una silla para entretenerse jugando ajedrez. Así nació este negocio que ahora cuenta con seis mesas. Algo similar pasó en la calle 20, donde Adolfo Páez, un ajedrecista empírico, promociona este juego desde hace 12 años. Al comienzo eran perseguidos por la Defensoría del espacio público, pero gracias a la gestión de un concejal de Bogotá se permitió esta actividad para aficionados en espacios abiertos.
 

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