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Elecciones en Brasil: un país, dos rumbos

El próximo 30 de octubre los brasileños elegirán a su jefe de Estado, entre la derecha radical de Bolsonaro y la centro izquierda que encarna Lula.
Elecciones en Brasil 2022 | Bolsonaro vs Lula: un país, dos rumbos
Foto: NELSON ALMEIDA / AFP
Carlos Chica

Este análisis resume la conversación de ‘El Mundo es un Pañuelo’ de Radio Nacional de Colombia con Paulo Abrão, exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y director ejecutivo de la Washington Brazil Office (WBO); y con Wagner Iglecias, docente del Programa de Posgrado en Integración de América Latina, de la Universidad de San Pablo.

Las últimas encuestas muestran que Bolsonaro recorta la distancia frente a Luis Inácio Lula da Silva. Las cifras a 19 de octubre exacerbaron la incertidumbre. Según Datafolha, el 50 por ciento votará por Lula y el 45 por ciento por Bolsonaro. Y en la encuesta de IPEC para Globo, Lula bajó de 51 a 50 por ciento y Bolsonaro subió de 42 a 43 por ciento.

Pero no solo por eso la elección presidencial del 30 de octubre en Brasil será la más complicada y difícil desde el retorno a la democracia en la década de 1980.

Bolsonaro ha puesto en riesgo a la democracia socavándola desde la propia institucionalidad, atacando sin pruebas la transparencia del sistema electoral, la confianza en los medios, la imparcialidad de jueces y tribunales y, al mismo tiempo, apelando a la manipulación y a las noticias falsas. Es la estrategia sustituta de los clásicos golpes de Estado.

La protagonista es la disputa entre dos proyectos de país: el de la derecha que Bolsonaro supo encarnar y sacar del closet y el de centro izquierda personificado en Lula, quien edificó su liderazgo promoviendo un capitalismo con rostro humano.

Miden fuerzas dos titanes: el Lula que durante medio siglo echó raíces gracias a su genialidad política y a su liderazgo de masas; y el Bolsonaro que, en menos tiempo, consolidó un carisma para arrastrar multitudes, gozar de popularidad y codearse como otro grande de la política.

Bolsonaro tiene hoy una base social amplia y consolidada. Lo demuestra también el resultado de las elecciones legislativas y regionales que se realizaron en paralelo el pasado 2 de octubre.

No es poco decir, por ejemplo, que fue elegido su exministro de Medio Ambiente, a pesar de la devastación de la Amazonia. Si Bolsonaro superó las predicciones de las encuestas y ahora se acerca más a Lula significa que su visión ha sido adoptada en la sociedad brasileña, incluso entre sectores de la clase trabajadora y en las periferias urbanas, aunque mucho más entre los ricos y la clase media.

La mentalidad bolsonarista –imprudente, radical, misógina, homofóbica y muchas veces racista y clasista– se ha extendido en la sociedad brasileña, aunque probablemente es herencia de cuatrocientos años de esclavitud; está en el ADN de la conciencia colectiva. Con Bolsonaro se hizo explicita porque él la ventiló públicamente y sin vergüenza la sacó del armario.


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El tablero electoral

El 30 de octubre podrían quebrantarse dos tradicionales electorales. Si Lula gana, por primera vez un presidente en funciones sería derrotado. Y si Bolsonaro triunfa, acabaría con el mito de que el vencedor de la primera vuelta gana en la segunda.

Es probable que quienes votaron por Lula y Bolsonaro sigan firmes con cada uno de ellos.

Pero la adscripción de los votantes de otros candidatos de la primera vuelta depende del abordaje de nuevos temas en la campaña; del impacto de los debates, la manipulación mediática y las noticias falsas en redes sociales; y también del reacomodo de sectores de las élites que le ofrecieron a Lula un apoyo oportunista cuando las encuestan apuntaban claramente que sería electo presidente.

Aunque en Brasil el voto es obligatorio, la abstención en primera vuelta fue del 21 por ciento, similar a la de anteriores comicios. Los abstencionistas emergen ahora como el botín dorado de la campaña. Hasta el cinco por ciento saldría a votar, pero no hay certeza sobre la tendencia de ese electorado.

Se barajan dos hipótesis: la primera es que la mayoría de los nuevos votantes pertenecen a los sectores populares y votarían por Lula; y la segunda es que son personas alejadas de la política, más susceptibles a las noticias falsas y a las prebendas públicas que Bolsonaro ha usado como herramienta electoral.

Después de la primera vuela era previsible que se desdibujara la moderación que, antes del 2 de octubre, mostraron Lula y Bolsonaro con el objetivo de acercarse al espectro político de centro. La moderación de un candidato debe tener límites porque corre el riesgo de borrar sus diferencias sustantivas con otros proyectos políticos.

Riesgo de violencia política, sin estallido social

Brasil no tiene tradición de elecciones permeadas por disturbios o estallidos sociales, pero la radicalización de los discursos sí podría estimular la violencia política, sin detonar estallidos sociales como los recientes en Chile, Ecuador, Colombia o Guatemala.

Existen al menos cuatro razones para desestimar la inminencia de un estallido social en Brasil:

1. La izquierda o el centro izquierda saca hoy menos gente a la calle que la derecha y la extrema derecha. Líderes y lideresas del Partido de los Trabajadores, que en las décadas de 1980 y 1990 movilizaban a sectores populares y luego participaron en los gobiernos de Lula y Dilma Roussef, terminaron aislándose de las bases.

2. En los últimos años, la izquierda se ha movilizado más para defender a Dilma Roussef o atacar a Michel Temer –el controvertido e impopular vicepresidente que la reemplazó cuando se inició el juicio político contra ella– que para reivindicar los derechos económicos y sociales de los más pobres.

3. El ‘Movimiento de los Trabajadores sin Tierra’ y el ‘Movimiento de los Trabajadores sin Techo’ en São Paulo son relevantes, pero tienen limitaciones para la movilización popular.

4. En las periferias urbanas se ha instalado el crimen organizado con control territorial, se ha debilitado la presencia del Estado y la solución a sus necesidades básicas se ha revestido de dimensiones metafísicas y espirituales con la penetración de múltiples iglesias evangélicas.


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Empresariado y crisis social

En Brasil no hay sectores empresariales progresistas. El empresariado tiene en sus manos un país continental que cubre el 80 por ciento de la Amazonia, el petróleo del océano atlántico, tierras fértiles con fuentes de agua y sol todo el año.

Los sectores empresariales que se han acercado a Lula no son progresistas. Saben de cálculos políticos y económicos para sus negocios y para atraer capitales e inversión extranjera y Lula sabe conversar muy bien con ellos. Provienen del mercado financiero o de la Federación de Industrias del estado de São Paulo. Un buen ejemplo es Arminio Fraga Neto, economista neoliberal que regentó el Banco Central de Brasil durante el gobierno de Fernando Enrique Cardozo.

Bolsonaro cuenta con un sector del empresariado agroexportador, determinante para la balanza comercial y la inserción económica del país a nivel mundial.

No obstante ser una de las doce economías más grandes del mundo, en ella cohabitan la desigualdad y la pobreza. Brasil figura en la lista de los diez países con la peor distribución de riqueza. En una orilla se codea con Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, y en la otra con países campeones de la desigualdad como Namibia, Zambia, Papúa Nueva Guinea y Colombia. Tal es el resultado de una élite sin proyecto de país.


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La Amazonia está en juego

Lula y sus partidarios crecieron políticamente con una agenda de protección de la Amazonia. Varios de sus líderes sociales era pobladores amazónicos y protectores de los indígenas y del territorio. No pocos líderes de izquierda se forjaron defendiendo a los ambientalistas y oponiéndose a los proyectos industriales y mineros que constituían riesgo para la sostenibilidad ambiental, aunque con contradicciones como la construcción de la polémica represa de Belo Monte.

En el discurso, los principios y los programas, para Lula la protección de la Amazonia es parte del proyecto de desarrollo del país y un activo para fortalecer a Brasil como país global y líder en la protección de ecosistemas estratégicos y el cambio climático y en la atención a las crisis humanitarias asociadas.

En cambio, para Bolsonaro las medidas de protección ambiental han sido y son excesivas. Por ello, aboga por flexibilizar las leyes, perdonar a los infractores de las normas, reducir al máximo las sanciones pecuniarias, desmantelar las instituciones de fiscalización ambiental y establecer alianzas con empresas mineras interesadas en explorar y explotar la Amazonia.

No es absurdo afirmar que el futuro de la Amazonia está en juego en la elección presidencial del 30 de octubre. Si continúa la devastación vivida durante el gobierno de Bolsonaro se llegará a un punto de no retorno, en el cual será imposible recuperar lo perdido. Ha desestimado la evidencia científica y ha revivido la mentalidad de los líderes de la década de 1970 que creían que la Amazonía es fuente inagotable de recursos.

El triunfo de Lula exigiría un fuerte apoyo y corresponsabilidad de los gobiernos de Colombia, Venezuela, Guayana, Surinam, Perú, Ecuador y Bolivia en una gestión compartida de la Amazonia. En ese sentido, la elección presidencial de Brasil es determinante también para afrontar los desafíos de la crisis climática.

 

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