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Cundinamarca y Bogotá: agricultura que transforma entornos

De un basurero a un oasis verde en el centro de Bogotá Por: Deysa Rayo

De un basurero a un oasis verde en el centro de Bogotá

Por: Deysa Rayo

Hace 12 años Rosa Poveda llegó con sus tres hijos al barrio La Perseverancia en Bogotá, pero no llegó a una casa o a una pieza, llegó a vivir al botadero de basura del barrio, un lote de 1.800 metros y recogiendo lo que la gente botaba construyó su casa con materiales reciclables, fertilizó el suelo con los desechos orgánicos y reconstruyó su vida cultivando la tierra, transformando un basurero en la más hermosa huerta.

“Separamos la basura y empezamos a preparar esta tierra, como estaba tan contaminada, tan dañada, lo que empezamos a hacer fue a hacer nuestra propia tierra, a construir aquello que necesitábamos, nuestras primeras casas. Aquí llegamos viviendo dentro de la basura, en un camping, y hoy podemos decir que tenemos una casa de tres pisos de interés social y la queremos hacer autosustentable para que sea amigable con el entorno, con la naturaleza, con el planeta”, dice mirando con orgullo su huerta.

Rosa Evelia Poveda no es una mujer común y corriente, ella es semilla, es tierra, es campo. Nació en Moniquirá y cuando tenia 6 años la robaron para traerla a Bogotá a trabajar en el servicio doméstico.

Escapó a los 17 para conectarse con sus raíces y fue allí cuando con su abuela conoció el milagro de la semilla. “Empecé la tarea de recoger cada una de las semillas que tenía mi abuela y las traje a Bogotá. Inicialmente no se daba mucho, pero bueno, empecé a adaptarlos, y fui mirando cómo, de qué manera. Los ponía en un lado o en otro lado o en un sitio encerrado, más caliente, más frío. Y me di cuenta que sí se podían adaptar. Y hoy en día tengo 40 variedades de frijol. Tengo mucha comida de lo que ella comía, a excepción de la yuca, que no le he podido adaptar en Bogotá”, comenta.

Hoy por hoy, Rosa tiene más de 350 variedades de frutos, toda una despensa con la que alimenta, no solo a sus hijos, sino a los vecinos y a todo el que necesite un plato de comida, enseña agroecología en su huerta, lo que la ha convertido en la Escuela Agroecológica Mutualistas y Mutualistas, donde recibe hasta a los ladrones del barrio, con los que ya inició un proceso de transformación social enseñándoles a cultivar. Ella y sus semillas han viajado por el mundo entero llevando su mensaje de amor y respeto por la tierra.

“Soy campesina en la ciudad y no he dejado de ser campesina, a pesar de estar en la ciudad o esté donde esté. Ser campesino es aprender a amar la tierra, a cuidarla, a protegerla, a vivir con ella y a vivir con todo el entorno, con los animales, con las plantas”, afirma con orgullo.

Señala que lo que busca es que Colombia vuelva a ser el país agrícola que era antes, una despensa donde se encuentren todo tipo de alimentos.

“Lo que yo estoy buscando en este momento es que nuestras semillas criollas sean declaradas Patrimonio Nacional o Patrimonio de la Humanidad, un patrimonio que no lo pueden tocar y las pocas que queden las podamos transportar, propagar, entregar, regalar, vender todo, pero que nos dejen la libertad de volver a ser este país agrícola”, concluye.

En el centro de Bogotá, en el barrio La Perseverancia, la tierra se abre paso en medio del concreto de sus calles, solo hay que abrir una puerta de metal colorida, para que la ciudad desaparezca rendida ante un oasis verde: es la huerta de Rosa.

Un nuevo comienzo a través de la agricultura ancestral

Por: Wilson Adrián Bonilla

Pedro González es un hombre nacido en la inspección La Pradera, en Cundinamarca. Él, labrando la tierra y todos los días pensando en el campo, ese campo que es su vida, decidió darle un giro a su cotidianidad.

“Es una historia donde hay que aprender de la naturaleza, porque ella misma puede enseñar al ser humano, entonces es donde he aprendido que la naturaleza lo tiene todo, todo, todo en la vida; es decir, agua, plantas, comida y todo lo que uno pueda imaginarse dentro de una agricultura ecológica”, relata.

Hace 11 años, un accidente laboral lo llevó a replantear su vida, y sin saberlo, transformó, no solo su existencia, sino la forma de trabajar el campo.

“En el 2009, finales del año sufrí una intoxicación con un químico, a los ocho días me produjo un infarto, de ese infarto quedé incapacitado laboralmente y estuve 15 días en cuidados intensivos y los médicos me dijeron que no podía volver a trabajar, que tenía que cambiar de vida totalmente. Al poco tiempo, me colocaron un marcapasos para que volviera a funcionar bien mi corazón, porque había quedado a un 50%”, recuerda con nostalgia.

La inspección de La Pradera pertenece al municipio de Subachoque en Cundinamarca. Allí se forjó la industria del hierro en Colombia, según los historiadores, la Ferrería La Pradera acabó a principios de 1900, a causa de la Guerra de los Mil Días y de los poco pagos que en su momento hacía el Estado. Lo anterior derivó en que no se pudo comprar más material. En esta población se elaboraron rieles para ferrocarriles nacionales, las bases del Teatro Colón y otros monumentos.

Fue así como en esta región, Pedro decidió que era hora de cambiar la agricultura verde por la ancestral. Desde su sitio de recuperación, planificó su vida.

“Recuerdo cómo hacíamos asociaciones entre habas, arvejas, fríjoles, como era cultivo de la papa en esa época, todo eso llegó a mi mente y viendo que Dios me dio otra oportunidad, decidí empezar nuevamente y retomar esa agricultura ancestral que me enseñaron mis padres”, sostiene.

“Me devolví a mi pasado, me devolví a ser niño y dándome de cuenta que en esa época lo colocaban a uno a la escuela a los siete u ocho años, yo ya sabía cómo era la agricultura en el campo, cómo se sembraba, qué se sembraba, de qué vivían nuestros padres, qué variedad de agricultura y analicé que en esa época no habían productos químicos, no habían maquinarias pesadas, únicamente se trabaja con la yunta de bueyes”, dice.

Cuenta que comenzó a estudiar la naturaleza empíricamente. “La agricultura tradicional, la agroecología está basada en retomar nuestra agricultura ancestral y además volver a recuperar nuestra tierra, recuperar nuestras raíces, recuperar todo, recuperar el medio ambiente, recuperar todo con esta agricultura. En cambio, en la agricultura convencional, hay que comprar abonos, insecticidas, funguicidas, maquinaria todo lo que necesita una agricultura de esta. En la agricultura ecológica, se usa lo que produce nuestra madre tierra”, explica.

Así nació la Red Agroecológica Campesina, una organización conformada por campesinos que admiraban la labor de Pedro. “Todos estamos trabajando para un solo lado, con la meta puesta de cambiar esta agricultura convencional por una agricultura natural”, reitera.

En la red participan personas que tienen lotes pequeños de 200 a 300 metros, dependiendo el tamaño de las familias. Ellos tienen la oportunidad de cultivar para los suyos y para otras personas que necesitan de comida sana, libre de químicos. “Y podemos vender en Bogotá y otros municipios que ya nos conocen”, agrega.

En 2015, Colciencias reconoció a esta asociación por su trabajo que hoy vincula a 24 familias que producen tubérculos, hortalizas, frutas, verduras; todos con trabajo limpio y de manera sostenible.

Para nuestro protagonista, la principal demostración del cambio y cómo las huertas que tienen en La Pradera son el resultado de una decisión acertada, la cual, por ejemplo, motivó a un joven francés a llegar a La Pradera y realizar sus pasantías. “Él quería conocer cómo se cultivaba y lo qué hacemos para aportar a la soberanía y seguridad alimentaria”.

Pedro afirma que volvió a nacer, que es otro, muy diferente a cuando sembraba lo convencional y trabajaba en fincas.

“Mis pensamientos son los míos y lo que quiero aprender de la naturaleza, lo estoy realizando, lo estoy poniendo en práctica y lo estoy enseñando”, manifiesta.

Así destaca todo lo que la vida, desde que tuvo ese infortunado accidente, le ha dado. Todos los días trabaja en su ‘oficina’, como la llama, no usa grandes herramientas, solo un azadón y unas uñas o rastrillo. Ama la tierra, ama la naturaleza, ama la vida y ama la agroecología.

“Yo como ser humano, me siento muy feliz de poder colaborar con la humanidad, poder colaborar con la gente, con la con la juventud en especial, de la cual yo veo que tienen que buscar un futuro en esta agricultura”, puntualiza.

Escuche a continuación la crónica radial de esta historia:

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