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Crónica roja: cuando el crimen se tomó la radio

Le contamos cómo surgió el género periodístico 'crónica roja' en Colombia y cómo derivó después en radionovelas.
Foto: Pixabay
José David Escobar

Desde los inicios de la prensa se tiene memoria de las crónicas rojas, que narran las historias de crímenes, el mundo oscuro y perverso donde ocurren y la investigación para resolverlos. Luego, la radio, no obvió estos contenidos y el sonido le imprimía más dramatismo y suspenso a estos sucesos.

Asesinos seriales con métodos macabros, suicidas en el centro de la capital, escabrosos accidentes y sangrientos asesinatos eran a menudo contenidos cautivadores para los consumidores de medios.

William Ramírez Tobón, autor de ‘La crónica roja en Bogotá’, explica que estos sucesos congregan a la gente porque cualquier persona puede entenderlos y fácilmente hablar de ellos.

Aunque podríamos rastrear el origen de la crónica roja en la prehistoria, pues el crimen siempre ha sido noticioso, este aparece periodísticamente en la prensa francesa del siglo XVIII.

En el caso colombiano, en 1785, fue el aviso del gran terremoto de Santa Fe lo que dio origen al primer periódico de la Nueva Granada. Se trataba de una catástrofe de interés común a todo mundo independientemente de la posición social.

Luego, ya en el siglo XX, aparece la crónica judicial ligada a la creación de una cultura de masas en las ciudades, donde la gente estaba en interacción constantes y les eran comunes las noticias de crímenes, tragedias y hechos insólitos.

Gabriel García Márquez bautizó al periodista bogotano Felipe González Toledo como el inventor de la crónica roja por su estilo sensacionalista de periodismo. No obstante, este prefería que sus crónicas se llamaran noticias de policía, porque no todo en ellas era sangriento, pero sí insólito.

En sus inicios, cuando era un género puramente periodístico, los medios de comunicación tenían reporteros dedicados a esta temática.

Estos periodistas iban de juzgado en juzgado, prestaban atención a las conversaciones de cafés y de pasillos, frecuentaban las cárceles e, incluso, se metían en centrales de organizaciones criminales para hilar hechos y construir una historia completa. Sus principales fuentes eran detectives y abogados, pero también convictos, ladrones y asesinos.

Desde los primeros desarrollos de la radio en la década de 1930, estas crónicas continuaron con éxito en los radioperiódicos y en los noticieros radiales. Todo el mundo hablaba de estos hechos con sus vecinos porque, eso sí, la radio pone a la gente a conversar. Sin embargo, las crónicas rojas en los noticieros se quedaban literalmente cortas de duración y profundidad.

En la década de los 50, cuando en Colombia estaba en plena época de La Violencia, fueron las historias de bandolerismo y violencia bipartidista las que ocupaban los medios de comunicación.

Luego, en la década de 1960, momento de oro de las radionovelas, es que se mezcla abiertamente la ficción con la crónica roja y nace el programa La ley contra el hampa, en la emisora Todelar. Este programa se hacía diariamente y en vivo.

La ley contra el Hampa incorporó al inicio de cada episodio la exitosa fórmula “basada en una historia real”, infalible para crear suspenso, que suponía desde el inicio un horizonte moral, pues la historia que estaba por conocerse mostraría el mal y sus consecuencias.

Se emitía diariamente antes del noticiero del mediodía y duró al aire hasta aproximadamente la década de 1990, cuando las radionovelas llegaron a su ocaso, según nos contó su último director Gonzalo Zuluaga. “Se trata de un género narrativo sensacionalista, aunque esto no es malo por sí mismo si entendemos el sensacionalismo como aquello que genera sentimientos. Explotaba la fascinación frívola por la sangre, pero también tenía un componente profundamente moralista”, dijo.

Los oyentes de La ley contra el Hampa escuchaban cómo el bien, personificado en la policía, triunfaba contra el mal, representado en los criminales que vivían un mando oscuro y truculento. Este programa, en últimas, despertaba indignación frente al victimario y clamor por justicia para las víctimas.

Pero no todo el mundo hacía esta lectura. Desde el año 1962 se reducen en la prensa las crónicas rojas, pues el Colegio Nacional de Periodistas y la Asociación Colombiana de Periodistas se manifestaron en sus congresos en contra del sensacionalismo. Consideraban que, lejos de generar una reflexión del bien contra el mal, este tipo de noticias daban una mala imagen del país en el exterior.

Las noticias, además, en su pretensión de objetividad periodística, no generaban empatía por las circunstancias del crimen. La crónica roja de ficción, en cambio, tenía entre sus personajes a los mismos criminales.

Entre sus libretistas estuvieron Álvaro Ruiz Henández, miembro del elenco Todelar quien también escribió parte de Kalimán, y Jaime Olaya Terán, quien contó que para elaborar los libretos tenía en Cali un amigo que era abogado penalista que le contaba historias.

Otros de los libretistas, en cambio, recurrían a los periódicos El Espacio y El Bogotano, famosos por sus historias sensacionalistas de crímenes, y convertían las noticias en piezas de ficción. Aunque, valga aclararlo, buena parte de esas noticias ya eran, sino ficticias, exageradas.

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