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La violinista santandereana que sueña con interpretar música clásica en Europa

Con 18 años, de los cuales 13 ha tenido un violín entre sus manos, Marianna Atria Ramírez espera viajar a Europa para estudiar y vivir interpretando música clásica.
Marianna Atria: violinista que sueña con ir a Europa
Foto: Carlos Buitrago
Carlos Buitrago

Desde los cinco años Marianna Atria tiene un violín entre sus manos y a los 15 integró la Orquesta Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela dirigida por el maestro Gustavo Dudamel que se presentó en el Teatro La Scala en Milán, Italia. Ahora, como integrante de la Filarmónica Juvenil de Colombia, espera que su herencia italiana le permita acceder a esa nacionalidad para irse a estudiar música de manera profesional en Europa.

Lo que parece un logro inmenso a tan corta edad, no es más que el resultado de la apuesta que hizo un músico y director de orquesta llamado José Antonio Abreu, que en 1975 creó El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, conocido simplemente como El Sistema. 

Una legión de artistas que aprendió a interpretar todos los instrumentos de la música clásica, y que conforme avanzaban en su conocimiento, lo retornaban convirtiéndose en profesores de niños más pequeños, como Marianna Atria. 

Niños, jóvenes y profesionales de la música, expertos en violines, chelos, contrabajos, canto y un largo etcétera sonoro que junto con la diáspora venezolana propagó una fuga de talento, esparciéndose alrededor de todo el mundo. 

Marianna Atria: violinista que sueña con ir a Europa


En el caso de Marianna, a Bucaramanga. A esta ciudad colombiana que la vio nacer y de la cual emigraron hacia Venezuela porque allí, su papá Mario Atria logró estabilizarse diseñando proyectos de arquitectura. Una vez retornados en 2017, y ya con 12 años, Marianna intentó seguir su sueño musical: el violín.
“Creo que mi mamá aplazó la venida a Colombia esperando que yo entrara a la audición, y luego, sí nos venimos”, explica ella.

A la audición que se refiere, es a la que le hubiera permitido entrar a ser parte de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela, apta para niños de 12 a 17 años cumplidos. Durante ese 2017, Marianna preparó todas las obras clásicas que creía podían pedirle con la ilusión de que las audiciones las aplazaran hasta junio 12, cuando cumplía la edad necesaria. 

La última audición fue el tres de junio

“La cosa estaba poniéndose fea en Venezuela y decidimos venirnos”, explica Odilia Ramírez, la mamá, ante el silencio de su hija recordando esas fechas.

“Fue muy duro el cambio”, cuenta Marianna, entrando en confianza, lo cual no es fácil a pesar de su gracia innata, sus cachetes colorados con uno que otro punto de acné que delata su juventud y su sonrisa permanente. “A mí no me da pena tocar ante cientos de personas, pero soy tímida para las relaciones interpersonales”, se apura a explicar.

Rasgo totalmente opuesto al de su papá, un venezolano de padre italiano que es capaz de conseguir oportunidades donde ni siquiera existen. Así, fue que vivió un episodio cliché de película.

Con 12 años, ni siquiera tenía chance de audicionar para la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, aunque ya interpretara la Quinta Sinfonía de Chaikovski, el Preludio y Allegro de Kreisler, Concierto en Re Mayor de Vivaldi. 


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El problema no era falta de experiencia, sino falta de edad, otra vez. Por fortuna, una vecina, prima del director del coro de la Universidad Industrial de Santander intercedió para que él le grabara un video. Se lo hizo llegar a la concertino de la Unab, que ayudó para que asistiera a la audición, en un auditorio con más de 70 músicos, todos mayores.

Mientras esperaba su turno de audición, tímida y callada con el instrumento guardado, su papá habló con el vecino de silla, un intérprete de viola, también venezolano, que había llegado con el mismo propósito. “Escuche a mi hija y le hace correcciones”, le pidió Mario a su compatriota creyendo que la edad era equivalente a la experiencia. 

Él aceptó y Marianna comenzó a interpretar el Preludio y Allegro de Kreisler, la obra que había preparado para ese día. Al cabo de unos minutos, el paisaje musical de 70 instrumentos sonando a destiempo empezó a disminuir, como si un director de orquesta cerrase su mano en cámara lenta. Marianna no se dio cuenta del silencio. Estaba obnubilada. Su mentón sobre el remanso de su violín. Cuando terminó, un aplauso afinado y al unísono invadió todo el auditorio. Marianna no sabía qué hacer. 

Marianna Atria: violinista que sueña con ir a Europa
Seguramente esos aplausos la llenaron de nervios. Ella cree que sí. Y cuando se puso frente a los encargados de la audición se equivocó dos veces. Creyó que el mundo se le desmoronaba. Aún tenía chance de interpretar una segunda obra, pero esta la escogían los maestros que calificaban. Ella tendría 30 segundos para leer la partitura y empezar. Era la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, una obra que se sabía de memoria porque un par de años atrás en Venezuela ya la había aprendido. 

Desde los cinco ya interpretaba a Tchaikovsky

El inicio de su amor con la música, ni siquiera Marianna lo puede contar por sí misma, porque de cuando tenía tres años tiene pocos recuerdos. Lo que sí sabe es que a esa edad le insistió a su mamá para que la inscribiera en la banda rítmica y el coro baby de San Felipe, Yaracuy, Venezuela, siguiendo los pasos de su hermana mayor Rosa María.

“Aún sin caminar, cuando escuchaba música se sentaba y se movía, y ya cuando podía caminar se movía sola por toda la casa bailando”, recuerda Odilia Ramírez, su mamá. Esa destreza que mostraba con tan corta edad la convenció de inscribirla en su primer curso. Debía imitar el tarareo de su profesor y llevar el ritmo con las palmas. “El profesor dijo: esta niña tiene capacidad”, cuenta su mamá.

Su desarrollo musical fue una mezcla de suerte y talla. Por ser tan pequeña, tanto en edad como en centímetros, cuando cumplió cinco recibió el que sería su instrumento musical. Las clases eran una combinación entre lecciones didácticas de notas musicales y partituras, y ejercicios para fortalecer los músculos del antebrazo, necesario para interpretar por largas horas el violín.

Se destacó entre más de cien niños y para el concierto final de ese año le asignaron ser concertino, el papel protagónico más importante después del director de la orquesta. “Absorbía todo y lo aplicaba muy rápido”, explica Marianna. Así, los años siguientes fueron uno mejor que el otro. Su talento le abrió las puertas para recibir clases en Barquisimeto, la capital venezolana de la música y de donde es oriundo Gustavo Dudamel. Una de sus profesoras la seleccionó para un recital como solista y luego se la legó a Maxwell Pardo, otro maestro del violín que se había forjado en El Sistema. 

“Naguará, Marianita está recibiendo clases con Maxwell”, exclamaban vecinos de San Felipe, cuando se enteraron de la noticia. “Ahorita lo pienso, y sí, a los 8 años iba volando”, confiesa mientras suelta una sonrisa cómplice. 

En 2013 la diáspora venezolana seguía en aumento, y los maestros musicales no eran la excepción. Aún así, siguió recibiendo clases con violinistas de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, una de las más importantes de América Latina, hasta que audicionó para ingresar a la Orquesta Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela.

Eran 150 niños, todos tocando al unísono la misma obra mientras cuatro maestros pasaban por el frente de cada uno calificando. Una amiga suya, Swanny Arguello, se dio cuenta que uno de los profesores asintió con la cabeza de que Marianna pasaba. No hubo necesidad de anotarla para una nueva ronda. La decisión fue unánime.

“No era del todo consciente, pero sí sabía que eso no se lo ganaba cualquier persona”, subraya Marianna.

En 2015, y para la celebración del cuarenta aniversario de El Sistema, se organizó una gira por todo el país, que cerraría en la capital del país y luego en Milán. 207 niños viajando de teatro en teatro como rockstars. El 19 de julio, bajo la batuta del maestro Dudamel, se presentaron en la Sala Simón Bolívar. En el orden, dejaron para el cierre El Mambo de Bernstein, una obra movida que le permitía a los niños levantar sus instrumentos cada tanto, intercambiar de puestos, y hasta saltar alegres sin perderse de las partituras. Todo el espectáculo, bajo los ojos llorosos del maestro Abreu, ubicado en uno de los balcones, admirando su creación.

Aunque las puertas se siguen abriendo por sí solas, gracias a su talento; su edad sigue siendo un palo en la rueda. En 2018, le recomendaron audicionar a la Filarmónica Joven de Colombia, pero le faltaban tres años. Entre tanto, siguió practicando con profesores individuales que llegaban a su vida, pero no con la misma intensidad que lo hacía en Venezuela, casi seis horas diarias. 

Aprendió a interpretar las obras, no según las partituras únicamente, sino según las épocas en que fueron escritas: barroco, clásico o antiguo. En 2022, finalmente con 17 años, pudo aplicar y fue aceptada para la gira de 2023 que comenzó en Barranquilla, Santa Marta, Bogotá, ya pasó por Bucaramanga y a fin de año espera culminar en la capital nuevamente. 

Este año, también aplicó a la Escuela Superior de Música Reina Sofía en Madrid, España, en donde le dieron a entender que el talento lo tenía, pero los cupos se habían llenado para este año. Y sigue en esa labor de aprendizaje, mientras en paralelo, su papá Mario Atria mueve cielo y tierra para que en Venezuela le den la nacionalidad italiana. “Hijos y nietos tenemos el derecho porque mi papá es italiano, pero debemos cumplir con el trámite”, explica. 

El próximo 22 de junio tienen cita en el consulado italiano en Venezuela. “Esa es la idea, que se nacionalice italiana para facilitar el viaje a Europa”.

 

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