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“Ha sido difícil encontrar las palabras para dar una voz de aliento”: padre Ómar Parra

El padre Ómar Parra conoció a gran parte de los habitantes de los barrios más afectados por la avalancha de Mocoa.

Por @JuanaRestrepo87

Mocoa se convierte en un cumulo de coincidencias y ayudas después de la tragedia. Camino con otro compañero periodista de Radio Nacional de Colombia, que me habló el día anterior sobre el sacerdote Ómar Parra, director de Pastoral Social en Mocoa, alguien que conoció de primera mano a los habitantes de barrios como San Miguel, Laureles, y el Progreso, unos de los más afectados.

A él lo encontramos bajando desde el albergue más grande de víctimas, el del Instituto Tecnológico del Putumayo (ITP). Es un hombre alto al que cuando lo saludo me dice que lo llame Ómar, no padre. Nos sentamos con suerte a la sombra de un árbol. Lo primero que me dice es la cifra más impactante, una difícil de escuchar: "Para mí debió haber entre 600 a 700 muertos, por ahora vamos casi en 300".

Le pregunto sobre estas afirmaciones y contesta: "Viendo ahorita lo que eran esos barrios y la playa que quedó, puedo decir que ahí vivían más de 5.000 personas, que alcanzaron a correr algunas y salvarse otras, pero la mayoría de muertos son ancianos, niños y mujeres porque ellas no iban a dejar a sus hijos. También había niños con síndrome de Down. Conocía a adultos mayores que iban a misa y sé que no podían correr. Esto lo digo con la tristeza del mundo. Estamos enterrándolos sin casi ningún rito, pues la descomposición se acelera y estando en el cementerio llegan directo de la morgue. Antes de enterrarlos se les da la bendición".

¿Cómo está la situación a unos días de la tragedia?

Las comunidades del Putumayo, generosas, dieron lo que pudieron, así como el país entero, pero mientras se articula todo es difícil. Se siente una tristeza enorme por los que se fueron. Por los niños que murieron o desaparecieron: es lo más terrible. Yo era director de Infancia de la Diócesis y muchos de esos niños ya no están, ni las mamás. La gente se quedó sin nada y muchos venían del desplazamiento, y la gente pobre lo que tiene es hambre e hijos.

Me preocupa ahora el nuevo desplazamiento si las autoridades no actúan rápido. También los ‘vivarachos’. Hay familias enteras desaparecidas, pero otros que no son damnificadas están recibiendo ayudas. Tienen que tener presente a las pastorales o gente de la comunidad que certifique que esa gente sí vivía ahí. No se deberían aprovechar de la tragedia ajena.

¿Qué es lo más difícil en este momento?

Es muy caótico y triste. Indescriptible. La gente llorando, reconociendo los cadáveres que se pueden, porque el proceso de descomposición de los seres humanos se acelera y más aún por agua y hay gente que no puede reconocer a sus seres queridos. No hay otra cosa más que decirle a la gente, sino resignación y pa' lante.

¿Cómo será el proceso del duelo en la región?

Yo tenía una vecina que tenía un niño con síndrome de Down de casi 30 años. Siempre andaban cogidos de la mano. Su niño murió y me dijo: - Padre, gracias a Dios lo encontré. Ese es el proceso humano del duelo y del despojo y eso no pasará tan fácil por acá porque mucha gente sabe que no los va a encontrar.

Aunque nosotros en el departamento del Putumayo estamos acostumbrados al dolor que generó la matanza de los indígenas por la colonización, los cultivos ilícitos, luego las pirámides, ahora el hambre del oro. Estamos acostumbrados al proceso de dolor y eso es duro para la gente, pero somos fuertes, solidarios, por todo ese proceso. Somos incluso rebeldes con los que vienen a seguir jodiéndonos. Yo espero que todos nos unamos para salir adelante de esta.

¿Cómo ve a la gente?

Desesperanzada, pero desprendida también. La gente está contenta por sentir que al fin somos Colombia, no solo coca, violencia y guerrilla. Esto evidencia también el abandono estatal: no había un hospital para responder a las necesidades, vías colapsadas y yo, siendo párroco de la Catedral puedo certificar que hace tres años hice una alerta de avalancha porque la quebrada se secó y empezó a oler muy mal. La gente salió con ropa y plata, angustiados. Yo aproveche para hablar de eso en las misas. La que se desbordó fue esa quebrada La Taruca, porque esa fue, es que hay desinformación.

La quebrada hace años estaba represada y el agua buscó por donde salir y brotó de la tierra, por eso esto era una tragedia anunciada. Le dije al gobernador y alcalde de la época, pero me dijeron que estaba generando miedo en la población y me decían: - Padre, si La Taruca se revienta, como hace tanto la gente lleva sacando tierra y piedra de ahí, para construir casas alrededor y debieron hacer una zanja enorme y por ahí no pasaría nada. Mire lo que pasó. No quedó zanja, ni piedras. Como dice la escritura: no quedará piedra sobre piedra.

¿Cuál es el balance que hace hoy?

Esto fue una cosa terrible y lo que más me duele es que los más afectados son los más pobres, porque cada quien tira para su lado y eso es lo que tenemos que erradicar acá y tomar consciencia de un beneficio para todos.

Mocoa, a pesar de que es una de las ciudades más antiguas del país, y mire el atraso que hay y eso que ha habido mucha plata: de las regalías petroleras y de muchos recursos que se los han llevado y la gente está cansada. No se ve el progreso y no se ha hecho una obra de mitigación para lo que es una catástrofe como esta.

Por último, ¿Como sacerdote cuál ha sido su mensaje?

Es increíble la soledad, el dolor. Entré en crisis porque bueno yo de 41 años si uno se muere ya qué vaina, como dice el libro: Para morir nacimos, pero en ese proceso lo que más duele son los niños, que no tenían para dónde cruzar o estaban dormidos. Ha sido difícil encontrar las palabras para dar esperanza o una voz de aliento (…)

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