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Cantagallo: historias de canoas y atarrayas a orillas del río Magdalena

Por: Diego Cuervo Escobar

Fotos: Diego Cuervo

Por: Diego Cuervo Escobar

¡Chalupa de salida!, ¡Chalupa de salida!, grita aquel ribereño en el Paseo del Río en Barrancabermeja a orillas del río Magdalena. El destino: Cantagallo, Bolívar, tierra cercada por los caudales de inmensos cuerpos de agua; buscando aquellas historias de chinchorro y atarraya que cientos de pescadores en esta región del país conservan en sus canoas.

Un hombre de piel tostada nos conduce a más de 50 kilómetros por hora, haciendo piruetas en el agua para esquivar los troncos y buchones que emanan naturalmente de las profundidades.

¡Cantagallo! ¡Cantagallo! grita otro hombre de piel tostada que hace las veces de taquillero en esta autopista de agua. Aquí el clima es inclemente, aún en época de invierno, el sol al medio día abruma hasta los mismos ribereños que tienen que “escondérsele al mono” para que no les arrebate sus fuerzas.

Foto: Magdalena Medio

Este municipio, con tan solo 25 años de historia de ser declarado como tal, es acorralado de un lado por el imponente Magdalena y del otro lado por el río Cimitarra. Algunas de sus calles son polvorientas y sin pavimentar, en muchas paredes de las casas está plasmado el escudo del Junior de Barranquilla o el “yuyu”, como algunos llaman cariñosamente al equipo de fútbol de Barranquilla, y en el ambiente se siente el perrenque y la alegría de los pueblos de Bolívar.

Durante décadas, en este pequeño municipio donde todos se conocen con todos, la pesca artesanal fue la principal fuente de ingreso para muchas familias, tanto así que muchos de los lugareños preferían trabajar en sus canoas que ir como empleados a las refinerías petroleras que llegaron hacer explotación a finales de los años 50.

“De un solo atarrayaso podías coger entre 250 y 300 pescados. Era algo espectacular, de tantos peces hasta bregabas para sacar la atarraya”, recuerda Robinson Cárdenas, un cantagallero que lleva más de 40 años dedicado a la pesca y al cuidado de las ciénagas.

En Cantagallo todos saben quienes son los Cárdenas, familia pesquera por tradición, pues de sus 11 hermanos, Robinson comparte la profesión con 8 de ellos. A don Juan - su padre - le llamaban el ‘Cacique de la ciénaga’, un conocedor innato de los espejos de agua, que sabía dónde estaban comiendo los manatís con tan solo mirar algunas ramas de la orilla.

A los 10 años Robinson zarpó a las primeras faenas. Con botas pantaneras, balde, atarraya y sombrero de paja, se introducía en la ciénaga La Pajarera con “el viejo”, para hacerle casería a los bocachicos, bagres y doradas que habitan el agua dulce.

Recordando las faenas

- Tú le pegas una palmada a la pierna para simular el ruido que hace el pescado cuando chapotea. ¡Pa! ¡pa! golpeas y el pez te contesta con el mismo sonido en el agua. A mi padre le aprendí muchas cosas, salíamos los dos en el bote a las ciénagas y a los ríos, cargábamos el hielo, la carpa por si llovía y el cafecito con pan que ¡ajá! nunca podía faltar.

- ¿Alguna faena memorable Robinson?

- ¡Ufff!, muchas. A veces salíamos con todo el combo para durar todo el día pescando y nada más durábamos una o dos hora de lo bien que nos iba. Llenábamos las canoas de lado a lado con arobas de pescado.

-El pescador siempre se enorgullece de lo que captura. ¿Cuál ha sido el pez más grande que ha atrapado?

- No hombre, va decir usted que soy muy presumido.

-Dígalo con confianza.

- Está bien. Esa vez no salí con mi papá sino con mi tío. Lanzamos la atarraya y enseguida se empezó a mover con sipote fuerza. Si mi tío que tenía gran experiencia se puso nervioso, imagínese yo cómo me puse. ¡Es uno grande, es uno grande! me decía; yo ni si quiera sabía qué hacer. Cuando lo logramos sacar, no la creíamos, era un bocachico de casi 50 libras; inmenso. En ese momento me enamoré más de la pesca.

 Foto: Robinson Cárdenas: pescador artesanal de Cantagallo, Bolívar

Ciénagas: el pulmón de los ríos

De sus 58 años, Robinson lleva 48 inmerso dentro de las ciénagas –a Cantagallo le dicen la isla entre ciénagas- por la decenas de cuerpos de agua que habían alrededor de ella. Muchas de ellas se han ido secando; las razones: la actividad petrolera, ganadera y la contaminación, que según los pescadores cantagalleros, es la principal razón para que los espejos de agua se estén convirtiendo en desolados potreros.

- Aves acuáticas anidaban en La Pajarera, las canoas abundaban en la ciénaga, Cantagallo era un pueblo muy próspero y en ese entonces salir a pescar era una elegancia. Todo eso que usted ve ahí era pura agua, llenita de pescado. Ahora mire, no queda ni una cuarta parte de lo que era, los terratenientes se han ido abriendo paso con su ganado y nos están dejando sin sustento.

Tomamos una lancha con Robinson y otros tres pescadores amigos de él, deseaban mostrarnos donde aprendieron a pescar pero sus ojos y gestos delataban que querían mostrarnos algo más. Su experiencia y experticia dentro de la canoa es evidente, no cabe lugar a la duda. Al llegar a lo profundo de la ciénaga comenzaron a señalar tristemente con sus manos lo que hoy ya no es.

Evidentemente la vegetación, o la tarulla como le llaman ellos, en varias zonas del ecosistema yacen sobre el agua, lo que imposibilita o reduce significativamente las posibilidades de la pesca. Búfalos asentados a menos de cinco metros de las orillas también contaminan la ciénaga y el río con sus residuos. Además, la filtración de crudo de las refinerías que tienen sede en la región, termina por convertir estas cuencas en una letrina comunal.

- Ver la ciénaga como está me dan ganas de llorar, un recurso natural tan próspero y tan lindo cada vez sufre más por todos los desechos que llegan. Las ciénagas son el descansadero del río en la subienda y el que lo provee en la sequía. Si ellas se contaminan, ¿adivine quién se contamina?, pregunta Robinson entre tristeza y sarcasmo.

- ¿Qué se puede hacer para salvar las ciénagas?

- Crear conciencia y pedagogía, que el Estado nos preste la atención que corresponde y trabajemos de la mano por suplir las necesidades de la región. Si nosotros repoblamos el río y otros terminan la vida de los peces con la sedimentación, no hacemos nada compa.

Ser pescador

Luego de la vuelta en canoa llegamos al barrio La libertad, donde la mayoría de las familias son pescadoras. Robinson paradójicamente no vive aquí, pero en cada tres casas saludaba a algún amigo o conocido – en este pequeño municipio todos se conocen con todos-. La canoa quedó atrás pero él continua con sus anécdotas. Mira a lo lejos la ciénaga y el río con algo de impotencia por querer ir solo a salvarla y no poder hacerlo.

-Si el río y la ciénaga hablaran, ¿qué nos estaría diciendo?

-Que no los dejemos morir. Ellos sufren con todo lo que les botamos y no somos conscientes del daño que causamos. Nos dirían que los ayudemos a rejuvenecer y tomar el color que tenían antes. El río se siente herido y nostálgico.

- Y si usted pudiera contestarles ¿qué les diría?

- Que lucharemos por ellos, hay algunos daños que son irremediables pero existen otros que podemos arreglar si como pescadores nos organizamos. Nuestras familias dependen del río y las ciénagas, vivimos al lado de la vida en todo su esplendor y no podemos dejar perderla.

Yo no me veo viviendo en otra parte, así la situación se ponga difícil en ocasiones, yo nunca he pensado en irme de aquí. Mi esposa y mis tres hijos piensan lo mismo, vamos a ver que nos depara la vida.

- Nos contó que su padre murió haciendo lo que le gustaba; pescando. ¿A usted también le gustaría contar con la misma fortuna?

-Hombre no sé si pescando, pero si cerca del río y la ciénaga. Eso me haría muy feliz.

Foto: Canoas a orillas de la Cienaga La Pajarera

Una faena de pesca hoy oscila entre los 50 y 70 mil pesos, hay que invertir en el transporte del pescado desde el río hasta al casco urbano, el hielo para conservar el pescado y si no tienen canoa propia, se debe pagar un alquiler por la misma.

Por esta y otras razones Robinson ya no dedica todo su tiempo al trabajo artesanal, sale a pescar dos o tres veces a la semana para conseguir el sustento de su familia, por lo demás, se ‘rebusca’ en otras labores como la vigilancia, pero en palabras de él, además de ser pescador, es un cuidador de las ciénagas del sur de Bolívar.

Mientras tanto, otros pescadores siguen tejiendo sus atarrayas debajo de la sombra y el bareque siempre será su guía en las aguas que los vieron nacer en la Colombia rural. ¿Acabará el trabajo artesanal?, ¿se restaurará el río para que la abundancia vuelva a aparecer? ¿Robinson y los cantagalleros podrán volverán a ver atarrayasos de 300 pescados?, será Yuma – como le llamaban los indígenas de esta región al río- quien revele las incognitas con el tiempo.

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