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Luis Caballero: “El cuerpo es lo que quiero decir”

25 años después de la muerte del pintor colombiano Luis Caballero, sus dibujos en carboncillo conservan el vigor y la fuerza.
Laura Quiceno

 

25 años después de la muerte del pintor colombiano Luis Caballero, sus dibujos en carboncillo conservan el vigor y la fuerza a lo largo del tiempo. En este diálogo con Beatriz Caballero, su hermana, recordamos momentos de su infancia transcurridos en la iglesia Santa María de los Ángeles en Bogotá con su tía abuela, la pintora Margarita Holguín y Caro, y el impacto que tuvieron las imágenes religiosas en la niñez de uno de los grandes artistas del siglo XX en Colombia.

Desde ‘El gran telón’ (1990) en la Galería Garcés Velásquez en Bogotá, Caballero parece dar vida a esos cuerpos en lo que puede interpretarse a veces como una faena sensual o un duelo a muerte en otras.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

“Luis hizo grandes aportes en términos estéticos y de temática. Su estética figurativa tradicional se abrió a temáticas contemporáneas como fueron su apertura a la belleza del cuerpo masculino con una referencia abiertamente homosexual en una familia, un país y una época muy conservadora”, señala Luis Fernando Pradilla, director de la Galería el Museo en Bogotá y curador de la muestra ‘Luis Caballero (1943 - 1995) Homenaje, 25 años después’, espacio con más de 300 obras del artista que estarán expuestas hasta el 5 de septiembre, una muestra que va desde el retrato y el autoretrato hasta los dibujos de sus agendas que durante años ha conservado su hermana, Beatriz Caballero.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

¿Cuáles son sus recuerdos de infancia con Luis?

Luis, de niño… Lo que más me acuerdo, lo que tengo muy presente es que él se la pasaba dibujando y pintando. Mis dos hermanos, Antonio, también. Luis desde muy chiquito, él pintaba con acuarelas, eso es lo que más recuerdo. Me hacía retratos, yo era su modelo, me pagaba un peso la hora por posar. Nosotros íbamos a todos los domingos a la Santa María de los Ángeles, donde hoy es la Casa de los anticuarios: allá vivía toda la familia de mamá, y eso era por las cinco, cuatro casas de mamá, de los Holguín, y potreros y árboles. Él cogía las cerezas, él se trepaba a los árboles. Él andaba con las primas, con las niñas…Con los niños no le gustaba, no le gustaban los juegos de hombres, ni los puños, ni las peleas. Le gustaba mucho la naturaleza, sembraba árboles con una prima. No tenía muchos amigos en el colegio, eran dos: Ernesto Lleras, que fue gran amigo de él y amigo mío, y el otro se suicidó cuando estaba acabando el colegio. Su infancia estuvo dominada por dibujar y pintar y leer, leer mucho; en la adolescencia, la poesía, la poesía le gustaba mucho. En mi casa todos leíamos mucho porque papá era escritor, Eduardo Caballero Calderón.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

¿Quién era Margarita Holguín y Caro?

Era una pintora, tía nuestra, hermana del papá de nuestra madre, tía abuela. Ella era pintora. Fue alumna de Andrés de Santamaría en Bélgica, donde vivió un tiempo, su pintura era de la escuela impresionista. Ella vivía en Santa María de los Ángeles y Luis era quien más iba: ella estaba prácticamente ciega, tenía 80 años y seguía pintando, entonces Luis le ayudaba a mezclar los colores en la paleta. Yo nunca asistí a eso, pero él estaba con ella. Ella hizo la capilla y pintó unos frescos que, en un momento, dado Luis se los restauró. Luis tendría 16 años, y era trepado en unos andamios en una iglesia, eso era imponente. Él lo contaba mucho, le impresionó tremendamente ver a esa mujer de 80 años, ciega, pintando… Lo marcó mucho.

¿Qué impacto tuvieron las imágenes religiosas en la infancia de Luis Caballero y cómo esas imágenes influenciaron su obra?

Le atraían mucho las imágenes religiosas: visitaba las iglesias coloniales de Bogotá, se las sabía de memoria; sabía dónde había cuadros de Vásquez y Ceballos; sabía dónde había cuadro de Figueroa. Él me llevaba mucho, yo no distinguía nada, era muy niña. Él tenía 14 años, veníamos de vivir en España, donde también nos las pasábamos en las iglesias porque a papá le gustaba mucho la arquitectura y la pintura, y en el Museo del Prado, donde estaba toda esa pintura gótica, religiosa, Velásquez con sus Cristos.

Cuando volvimos de España, subimos a Monserrate y él tuvo un impacto violento de ver ese Cristo, entre esa caja de cristal, todo sanguinolento, sudoroso, torturado, la corona de espinas. A él le impresionaba mucho todo eso, y después uno se da cuenta de que hay una gran influencia de esas imágenes en su pintura. Por ejemplo, los trípticos que él hace en los años 70, en los que está saliendo de su primera etapa de pintura, que era una etapa pop, influenciado por Bacon, por los sajones, él pintaba unas figuras planas, de colores muy vivos, primarios, mujeres sin rostros que parecían maniquíes.

De ahí fue pasando a ponerles facciones desvaídas e hizo muchos trípticos, como los trípticos religiosos: está la Virgen del Perpetuo Socorro en el centro y en los lados, un par de angelitos y la Pietá, el Descendimiento. Él decía que lo más conmovedor era esa situación, la de una madre con el cuerpo muerto de su hijo en brazos, y ese dolor tan inmenso. Eso lo vemos también en otra etapa más adelante, que es cuando él empieza a trabajar mucho la violencia.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

Luis Caballero era el único hombre en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Los Andes. Allí conoció a Beatriz González, otra de las grandes pintoras colombianas.

¿Cómo fue el paso de Luis Caballero por la Universidad de Los Andes?

Luis entró a estudiar Bellas Artes en la Universidad de los Andes en 1961. Alcanzó a hacer un año y casi completó el 62. El decano era Antonio Roda, que fue una gran influencia para él en su pintura: esos cuadros de estudiante eran muy Roda y también muy Velásquez, porque Roda tenía una gran admiración por Velásquez y se la contagió a Luis y a Beatriz González también. Ambos recibieron una fuerte influencia de los clásicos. Estaba Marta Traba que daba las clases de Historia del Arte, y ella fue un empujón muy grande para él, un apoyo grandísimo. Desde el principio, ella apreció su pintura y lo apoyó. Ambos fueron figuras muy importantes para él.

Él era único hombre en Bellas Artes, todas eran mujeres y se volvió como la mascota, decía Beatriz González. Beatriz era amiga de él, era mayor, pero fueron muy amigos y se admiraban mutuamente. Hicieron alguna exposición conjunta en el Museo de Arte Moderno, por allá en los sesenta. Ya cuando Beatriz se volvió la papisa del arte, le hizo entrevistas, muchos libros de texto, de catálogos. Ella conoce su obra al dedillo porque la siguió paso a paso con gran interés: ella es historiadora y tiene un profundo conocimiento del arte también. Grandes amigos.

Después nos fuimos a vivir a París. Nos fuimos a París porque a papá lo nombraron embajador en la Unesco y él entró a la Escuela Tradicional de Arte de París. Luis se la pasaba en el Louvre, en las galerías y le escribía cartas a Beatriz González diciéndole todo lo que él estaba pensando y descubriendo. Le contaba cómo descubrió toda la pintura pop con una compañera de la escuela con la que terminó casándose.

En muchas entrevistas y documentales se atreven a afirmar que la aceptación de su sexualidad y su sensualidad influyen en su obra. ¿Usted qué piensa sobre esto?

Claro que su homosexualidad reconocida y declarada a gritos en primera página en El Espacio en un momento dado no solo influyó en su sensibilidad, sino que determinó su obra. Él decía: “El cuerpo es lo que yo quiero decir”. Cuando empezó a encontrar su camino, dejó de hacer los bodegones, obras por trabajo o por estudio. Empezó a hacer estas figuras pop, cuerpos humanos, hombres y mujeres que no tenían cara. Le interesaba el cuerpo, pero esos cuerpos eran rígidos… Poco a poco esos cuerpos se fueron soltando, incluso medio volando en algunos cuadros, hasta que definitivamente se destapó y se dedicó a pintar solamente cuerpos de hombres. Porque él mismo lo dijo: “A mí lo que me gusta son los hombres y, pues, el cuerpo es lo que quiero decir”. Él tenía la sensibilidad a flor de piel. Mamá contaba que, de bebé, cuando las tías llegaban y decían, “El bebe tan lindo”, y le pellizcaban los cachetes, él se sonrojaba. Fue horriblemente tímido y muy sensible con la naturaleza, con el paisaje, con las relaciones: él era muy suave, era dulce. Es claro que la homosexualidad marca su obra porque todos sus cuadros son hombres desnudos, empiezan a volverse también cada vez más explícitos, y hay en ellos una mezcla del erotismo con la religiosidad y también con la violencia.

¿Cuál es la importancia de la obra de Luis para los nuevos artistas y cómo rompe los moldes de los artistas tradicionales, de los artistas que estaban en esa época? ¿Cómo llega Luis a romper con lo que estaba, con lo que los colombianos pensaban en esa época y con lo que estábamos viviendo?

Yo pienso que Luis es una figura importante, que sigue vigente y que tiene una fanaticada de jóvenes. A los jóvenes les encanta, se emocionan con su trabajo, lo buscan. Entonces esto me hace dar cuenta de dos cosas: primero, el dibujo de Luis, aunque no puedo decir que es perfecto, es impresionante. Él mismo contaba que tuvo que comprar un libro de anatomía para aprender donde quedaban los músculos, los tendones y las costillas para dibujarlos bien. En ese sentido, es totalmente realista, pero lo plasma todo con su línea, su trazo y su estilo propio. Lo segundo, es su conocimiento profundo de la historia del arte universal y occidental, lo cual se refleja en sus distintos periodos: tiene una época como un pintor del Renacimiento en la que se atreve a acordarse de Miguel Ángel, Caravaggio; después tiene una época manierista, un poco pintando como sus maestros. Si uno conoce la historia del arte, puede llegar a ver quién lo está influenciando en ese momento y él lo decía: “Claro que tengo influencias. El pintor que diga que no tiene influencias, es un mentiroso, porque uno no es un hongo”.

Otro aspecto importante de su obra es que él hizo grabado, serigrafía, además de otras formas del arte y usaba muchas técnicas: tiene obras al óleo, tiene sanguina, tiene carboncillo, tempera en sus comienzos. Él experimentaba mucho, empezando porque se puso a pintar óleo sobre papel, lo cual es muy especial y cosas así. Además, en su época, él se diferenció porque en los 60, cuando él empieza su carrera, en Colombia se está haciendo arte abstracto y él salió con lo figurativo y con esta cosa que es clásica, que es del Renacimiento y, pues, eso no era que chocara, sino que llamó mucho la atención… Y así siguió, hasta el puro final que ya empezó a hacer cosas bastante abstractas: se le fueron deformando, trabajaba de un solo trazo unas figuras muy grandes, ese fue su rompimiento.

Con respecto a su relación con el país, en los 80 es cuando su pintura empieza también a mostrar la violencia: hace unos cuadros muy grandes con cuerpos tendidos en el suelo, sangrando, con muertos, heridos, uno que recoge al otro, y es la época donde se pone la situación muy violenta en Colombia. Él vive en París, pero él se hacía mandar recortes de El Espacio con todas las tragedias, con todos los crímenes y las matanzas. Ahí él se inspiraba: veía las posturas de los cuerpos, que luego él ponía a sus modelos a representarlas. Yo creo que eso también fue novedoso en su momento. Claro, estaba “La violencia” de Obregón, estaba “La mujer devoradora” de Norman Mejía, pero lo de Luis llama mucho la atención y yo creo que sigue vivo.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

Luis Caballero con el pintor colombiano Santiago Cárdenas.

¿Qué nos encontraremos en la exposición de la Galería El Museo 25 años después de su muerte? ¿Qué material inédito o qué cosas salen a la luz este año?

En esta exposición de la Galería El Museo, se conmemoran los 25 años de su muerte. Luis murió a los 52 años, muy joven. Ahí lo que se expone son los restos que quedan de su obra que tengo yo, porque él me dejó a mí su obra y yo la llevo manejando también 25 años. Ya se ha mostrado mucho, yo he hecho muchas exposiciones, tanto en el Museo todos los años, como en museos en provincias, algunas con material inédito. Lo que pasa es que Luis pintó 5000 cuadros, decía él, entonces hay montones de retratos, muy lindos, retratos de sus amigos, de sus modelos. Hay otra cosa novedosa: una colección de dibujitos eróticos, pero él los llamaba ‘mis dibujitos pornográficos’, una colección que él tenía guardada. Ya se mostró una vez en el Museo y estuvo en la galería de Luis Fernando Padilla en Madrid, pero aquí solo se exhibieron una vez. Además, estamos poniendo unas mesas para exponer cosas de su archivo: eso ya lo hicimos en la Tadeo con la curaduría de Carmen María Jaramillo y tres profesores de la Universidad. En esta exposición, vamos a poner una más pequeñita, las fotos que Luis tomaba de sus modelos, sus libretas de apuntes, sus agendas todas garabateadas de ensayos.

Foto cortesía: Beatriz Caballero.

¿Qué es lo que a usted más le impresiona de la obra de su hermano, lo que la conmueve?

A mí lo que más me impresionaba, sobre todo en un comienzo, fueron esos cuadros de violencia: eso lo ‘cimbronea’ a uno porque le remueve muchas cosas. Lo otro que admiro es el dibujo, el trazo, la facilidad que se ve, él no borraba jamás, ni tachaba. De golpe, uno ve: empieza una línea y la deja, y luego no le gustó por ahí, no le quedó bien, le hace otra por fuera…Tenía una facilidad infinita desde niño, pero no solo facilidad, sino el dominio. Él se la pasaba dibujando, hablaba por teléfono haciendo garabatos, todo el tiempo estaba dibujando. Ese dibujo es arrobador. Eso es lo que más admiro.

Escuche en Spotify la entrevista con Beatriz Caballero:

 

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