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El tabaco, del placer al oprobio

Desde finales del siglo XIX se fuma tabaco en el mundo entero; hoy son diversas las formas de hacerlo: cigarrillo, cigarro, pipa o narguile, son las más populares.
La historia del tabaco: un recorrido que ha llevado a la humanidad del placen al aprobio
Crédito: AFP
Ana María Lara

La historia de esta práctica social se remonta al siglo XVI, época de los descubrimientos, en este caso el de América con Cristóbal Colón, quien conoció el uso del tabaco por la población indígena en San Salvador. Desde antaño, esta planta era usada por la mayoría de los pueblos de América y hacían parte de los rituales de conocimiento.

El tabaco es uno de los productos que América le dio al mundo, igual que la papa, que mitigó hambrunas, y el tomate, producto infaltable para los italianos.

Llevada a Europa, la planta encontró un éxito inmediato, inicialmente por sus virtudes medicinales. Se decía que curaba casi todos los males del cuerpo, incluso, curiosamente, el asma. Ya en el siglo XVII, el tabaco fue cultivado en todo el planeta, con Estados Unidos a la cabeza, seguido de China.

Hacia principios del siglo XIX se empezaron a producir los primeros cigarrillos.


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Antes que el café, en nuestro país el tabaco tuvo un protagonismo importante en el siglo XIX. Comerciantes extranjeros, particularmente alemanes y británicos, aprovecharon la producción que se daba en las riberas del río Magdalena, principalmente en la región de Ambalema, así como también en los Montes de María, puntualmente en Carmen de Bolívar.

Fue en el siglo XX, cuando en el país empezaron a crearse incipientes industrias, del trabajo artesanal que venía del siglo XIX se pasó al industrial. Fue así como se originó en Medellín una de las primeras empresas, que supo aprovechar la red de trabajadores y pequeños comerciantes que encontraron en el tabaco de manera artesanal, para producir a gran escala lo que se conocía como el cigarrillo negro. Desde mediados de la década de 1920, la cajetilla con el indio piel roja se volvió un símbolo de identidad nacional.

De la sanación del cuerpo físico, el tabaco pasó a ser un pretexto para que los hombres se empezaran a reunir y a compartir conversaciones envueltas entre el humo de los cigarros. “En el cigarro lo que es la vida: fuego de instantes, humo y ceniza”, aseguraba el poeta español Ventura Ruiz Aguilera.

Tabaco

La nicotina, estimulante del sistema nervioso central, daba la sensación de bienestar, y empezó a considerarse como un elemento para aumentar la concentración y mejorar el humor. Sin embargo, tiempo después descubrieron que generaba dependencia. Además, los aditivos, en especial alquitranes, amoniaco y otros elementos, fueron haciendo al tabaco procesado algo nocivo. 


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Este producto en sus distintas formas se volvió parte de la manera de convivir. Poco a poco adquirió particulares cualidades como la de ser el acompañante para aquellos personajes que, en el cine, debían ser sexis o misteriosos. Así, la pantalla grande se encargó de darle fama. En otros contextos era también un distintivo de muchos poetas, filósofos, novelistas y científicos de renombre que lo han alabado como el compañero ideal e indispensable de la creación.

Y es que en sus distintas formas terminó abarcando a buena parte de la población masculina hasta que en los años cuarenta, con la introducción del filtro, se extendió a las mujeres como signo de emancipación.

Tras evidencias científicas, que empezaron a circular a partir de la segunda mitad del siglo XX, datan que el tabaco se volvió un enemigo público. 

Por una parte, por todos los peligros para la salud: cáncer del pulmón y de otros órganos, reduciendo la esperanza de vida, pero además, se detectaron los efectos nocivos para los fumadores pasivos. Se afirma que alrededor de seis millones de personas mueren cada año por causas asociadas al consumo. 

Por otra parte, la industria del tabaco es dañina para el medio ambiente. Cada año es causa de una pérdida enorme de árboles. Los Estados reciben cuantiosas sumas de impuestos al producto, lo que hace que sus políticas antitabaco no sean tan decisivas.

Las campañas públicas contra el cigarrillo (aumentos del precio, advertencias fatales inscritas en las cajetillas y la prohibición de fumar en sitios públicos) han logrado resultados en la población europea y canadiense. A la vez, esta pedagogía es seguida por una particular ofensiva contra fumadores reales o ficticios: en el cine ya se suprimen o se reeditan las escenas donde aparece algún actor fumando. Se retocan fotografías e incluso pinturas para que los cigarrillos o cigarros desaparezcan. Sin embargo, ¿podríamos imaginar a Winston Churchill sin su eterno cigarro?

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