El 12 de febrero de 2010, José Alberto Pérez Restrepo, exgobernador de Guaviare, salió de un atentado de las Farc en su contra con una pierna rota y varias heridas producidas por las esquirlas. No corrieron la misma suerte todas las personas que lo acompañaban. “En el atentado murieron seis policías, murió un conductor y un bombero”, recuerda.
Ahí no paraban las pesadillas de José. Además de las amenazas de la guerrilla, luchaba contra las extorsiones de los paramilitares: “Hubo unas declaraciones falsas de un paramilitar que se llama Don Mario, donde decía que yo tenía vínculos con ellos. Este señor mandaba unos emisarios que llegaban en un momento inesperado y manifestaban que si le daba 1.000 millones de pesos, él quitaba la denuncia en mi contra”.
José tuvo que dividir a su familia en tres ciudades diferentes de Colombia. El 20 de julio de 2012, cuando era asesor externo en salud y educación del Ministerio del Interior en la Orinoquía, el Gobierno le retiró su esquema de seguridad sin previo aviso, así que en octubre de ese año, José cogió su maleta, su visa de turista y partió hacia Estados Unidos. Ya en Nueva York, pidió asilo político.
Alrededor del 96% de las solicitudes de asilo político por parte de colombianos en Estados Unidos son rechazadas. José asumió el proceso con apenas un poco de ayuda de un abogado, haciendo su propia defensa y aceptando cualquier trabajo que saliera mientras obtenía los papeles que le abrían las puertas del mundo laboral formal.
“Es mejor lavar platos que estar en un muro de contención o escondido detrás de un carro blindado porque lo va a matar un grupo irregular dentro de ese conflicto que vive Colombia”.
Por eso José, al tiempo que esperaba su identidad como asilado, se dedicó a adaptarse a la ciudad, las culturas y el idioma. Ninguna dificultad era más grande que la tranquilidad de la que ahora disfrutaba: “ya no iba en un carro blindado a estudiar sino en una bicicleta, muy contento por el sistema de ciclo rutas que hay en esta ciudad, agradable porque no tengo que tener dos o tres personas cuidándome sino, al contrario, haciendo una vida libre y tranquila”.
El gobierno le daba las clases de inglés y sesiones de psicorientación para que aprendiera todo lo necesario sobre la vida en Nueva York: el manejo de alimentos, los servicios de salud pública, el trato a la comunidad LGTB, entre otros.
“Es un apoyo bastante fuerte, bueno psicológicamente porque no lo abandonan a uno y hay unos programas que dan iniciativa o ánimo para decir que el que quiere puede y el que puede es porque tiene objetivos por cumplir”.
Poco a poco, José pudo volver a reunirse con su familia. Su hijo tramita una transferencia de la Universidad Sergio Arboleda a una universidad en Miami, su hija pequeña asiste a la escuela y su esposa espera recibir también la identidad estadounidense como asilada.
“Este país nos ha acogido, nos ha dado la mano. Estados Unidos nos ha dado esa gran confianza y esperamos producir, generar un trabajo en beneficio de lo social de lo productivo y no ser una carga sino, al contrario, ser una familia que le genere apoyo y buena convivencia para la comunidad”.
José ahora trabaja en la práctica de la iridología - certificado por el gobierno de Estados Unidos - y su meta es establecer en dos o tres años su propio proyecto social en Nueva York. Las dificultades que tuvo que afrontar como consecuencia del radical cambio de vida le sirvieron como fuerza motivadora para construir nuevos sueños. La capital del mundo le dio la libertad y la tranquilidad que perdió en Colombia. Aun así, José aguarda con esperanza que éste se convierta en un país en paz.
Por Juliana Cañaveral