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La yuca: alimento ancestral en el Putumayo

A través de comidas ancestrales a base de yuca se conservan las tradiciones indígenas de las diferentes comunidades que habitan en el Putumayo.
María Camila González Gómez

Los alimentos para los pueblos indígenas son más que solo comida, pues también alimentan el alma, son los que da la pachamama y se siembran en la chagra con sus propias manos; algunas jóvenes inexpertas y otras llenas de arrugas y sabiduría. En el Putumayo hay un tubérculo especial que conserva la tradición de sus pueblos ancestrales: la yuca.

En este departamento selvático habitan varios pueblos indígenas, los originarios: Ingas, Kamentsa, Murui Muninane (Huitotos), Kofan, Sionas, Kichwa y Coreguajes; y los que han llegado de otras regiones del país: Embera, Nasa, Awa, Yanacona, Pastos, Quillacingas, Misak.

Se resalta que, para los pueblos indígenas, la comida es ese lazo con la madre tierra que permite a través de la siembra, la cosecha y la preparación de los alimentos propios el bienestar y el buen vivir.

Cada pueblo tiene diferentes tradiciones, costumbres y rituales gastronómicos entre ellos, en el pueblo Murui Muina la yuca es el ingrediente principal en la preparación de sus alimentos.

Entre sus comidas tradicionales a base de yuca encontramos el casabe, la fariña, envueltos de yuca, ají negro y la caguana. Monserrat Caimeramuy es una abuela del pueblo Murui Muina que se dedica a hacer los diferentes platos ancestrales para venderlos en el territorio y así subsistir, “estos alimentos nos dan fuerza para trabajar, no nos da hambre en todo el día”, aseguró la sabedora, quien nos compartió la preparación de algunos platos ancestrales:

El casabe

La abuela Monserrat, con la ayuda de sus hijas, hijos, nietas y nietos, inicia quitándole la cáscara a la yuca, luego la limpia y la lava con abundante agua. Tienen un rallador bastante particular, al cual se le da uso por el lado más fino hasta lograr una masa que se deja reposar por dos días, después, con la ayuda de sus hijos, en una tela limpia se extiende toda la masa y se envuelve en corteza de balso para así exprimirla al máximo y sacarle la mayor cantidad de agua posible, “hay que tener mucha fuerza y cuidado porque se puede golpear”, advierte la abuela.

Cuando se seca, se pasa a una especie de colador hecho con palos de madera y una malla con forma cuadrada de aproximadamente 60 centímetros, donde durante alrededor de 20 minutos con las manos se hace lo que la abuela llama “cernir”, se convierte dicha masa en harina de yuca y se separan las raíces, “los niños me ayudan y se divierten haciéndolo”, cuenta la abuela, mientras que en un plato hondo bastante grande transporta esa harina al “tiesto o budare” (una plancha de arcilla o hierro fundido) para moldear la torta de casabe.

El budare está ubicado en el patio, es una especie de cocina bastante artesanal, el humo llega a sus ojos y ella lagrimea mientras va realizando el proceso que inicia prendiendo la leña y después esparciendo un poco de harina hasta formar una capa fina.

Empieza a llover y la abuela se acomoda dentro de su cocina, que está cubierta por una malla verde con el piso en tierra y con una banca, saca de un balde un elemento en madera con el cual va moldeando esa capa fina de harina haciéndolo alrededor, sus nietos la observan con atención. Después con un elemento plano en madera similar a un ladrillo se moldea por encima, deja que se cuece y luego voltea con la ayuda de una tapa de olla, esta masa empieza a tener un color dorado, y se pone crujiente.

“Si se rompe fácilmente es que la preparación ha quedado lista y ahí ya se puede comer calientica”, dice Monserrat, además agrega la fuerza que este alimento les da para trabajar en la chagra.

Esta preparación es un acompañamiento para sopas, pescado, leche y cualquier tipo de bebida o incluso se puede comer como refrigerio.

Caguana

Entre otras preparaciones ancestrales está esta bebida a base del almidón de yuca, la abuela Monserrat prepara el jugo de canangucha; un fruto amazónico; o también puede ser de piña, “a mis nietos les gusta mucho la canangucha”, se hierve y se mezcla con el almidón, se pone a fuego lento se convierte en una especie de colada, se consume frío o caliente.

Ají negro

A través de una variedad de yuca brava que resulta ser venenosa si se prueba, según sale del suelo, se realiza este producto, sin embargo, a pesar de esto, las comunidades la trabajan desde que tienen memoria, tras un largo proceso de destilación del agua que suelta la masa del almidón de yuca, se fermenta, y mezcla con ají amarillo, para dar como resultado un producto ancestral realmente estremecedor, oscuro, denso, ligeramente picoso, ácido, profundo y espeso, producto que sirve como acompañante para los diferentes platos de la región como el Bagre, el Baboso, el Pirarucú y otras especies que se encuentran en el río Putumayo, “acá a los leguizameños les gusta mucho, y esto es muy barato, este frasquito (una botella pequeña de gaseosa) cuesta $10.000”.

Fariña

Se arranca la yuca, se pela y se pica en un ‘timbo’ (especie de caneca donde se deposita el tubérculo), después se espera que madure de 3 a 4 días, se saca y se pone a escurrir, se machaca “que quede bien machacada, con un palo o un mazo”, explica Yuriel Eulias Okainatofe, quien ha aprendido sobre la gastronomía ancestral de mano de su madre Monserrat, se pone en el ‘matafrío’ y se escurre pero que no quede tan seco, de ahí se lleva al ‘blandon’ (donde se tuesta la yuca) y se revuelve hasta que seque y empiece a tostar, de acuerdo a Yuriel el punto es que no quede ni tan tostada, ni tan blanda. Aquí viene el enfriamiento y queda lista para consumir “cuando estamos en zonas retiradas con la fariña nos alimentamos y sobrevivimos hasta 3 días solo con la fariña, no nos da hambre”.

Se puede comer con arroz, caldo, con leche, con avena e incluso con aceite y hasta jugos artificiales

“Para nosotros, como pueblo indígena, es muy importante la yuca en la alimentación, esto no lleva químicos, nada de eso que afecte nuestra salud, nuestros antepasados nos han dejado cosas muy buenas, por ejemplo, nosotros no compramos arroz u otros granos, nosotros mismos producimos nuestros alimentos”, termina de relatar Monserrat.

Estas recetas ancestrales resaltan cómo la región amazónica es el cofre que encierra un tesoro maravilloso y fascinante, en la gastronomía, las tradiciones, y los saberes ancestrales cada vez más amenazados por la pérdida cultural.

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