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Falleció Catalino Parra, el último juglar de los Gaiteros de San Jacinto

Catalino Parra fue uno de los pilares fundamentales en la difusión de la música del Caribe colombiano.

Por: Jaime Andrés Monsalve, jefe musical de Radio Nacional de Colombia

A sus 95 años de vida y después de haber pasado algunas temporadas recientemente en clínica, el célebre tamborero y cantador, Catalino Parra, falleció en Cartagena este viernes 14 de febrero, en horas de la tarde, en casa de una hija en el barrio San Fernando.

En el recuerdo quedan algunas de sus grandes composiciones para su agrupación, Los Gaiteros de San Jacinto, como ‘El morrocoyo’, ‘Josefa Matía’ y ‘Manuelito Barrio’. Se trataba del último miembro fundador vivo del célebre colectivo sanjacintero, en donde departió con otras leyendas como Toño Fernández, José Lara, Pedro Nolasco, Toño García y Juan “Chuchita” Fernández.

Nacido en Soplaviento, Bolívar, el 25 de noviembre de 1924, sin duda alguna, Catalino Parra fue uno de los pilares fundamentales en la difusión de la música del Caribe colombiano. Desde muy temprana edad desarrolló su inclinación para componer versos, cantos de parranda y poemas inspirados en su entorno natural, así como para interpretar aires raizales como tamboras, chandés y bullerengues, y para fabricar instrumentos de percusión.

Esta vocación terminó de fraguarse cuando a su pueblo llega el conjunto de gaiteros llamado Los Pileles, de Repelón, Atlántico, determinando así el rumbo de “Catano”, como le llamaban sus conocidos. Si antes se había interesado por cantar boleros, ahora se había enamorado del sonido de las gatas endiabladas.

Con algunos amigos conformó, a los 15 años en el barrio El Chispón, de su natal Soplaviento, una agrupación llamada Sangre en la Uña, dedicada principalmente a la cumbia y la puya, y que llevaba ese nombre por ser el apodo de su líder, Alejandro Manjarrez. Pero el éxito definitivo llegó como tamborero de los célebres Gaiteros de San Jacinto, agrupación a la que llegó gracias a los oficios de Delia Zapata Olivella y su hermano Manuel, y con la cual fue embajador de la música y el folclor colombiano alrededor del mundo.

Gracias a la embajada cultural emprendida a instancias de los investigadores y folcloristas, Catalino Parra y compañía estuvieron girando a partir de 1964 por territorios de Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Ecuador, Estados Unidos, Unión Soviética, México, Italia, Alemania, Francia y España, y grabaron más de 12 producciones discográficas para el sello CBS.

Otras de sus composiciones de referencia obligada fueron ‘Animalito de monte’, ‘Donde canta la paloma’, ‘La vaina ya se formó’, ‘La iguana’, ‘Verdá que soy negro’, conocida como ‘Aguacero de mayo’, ‘Mujer soplavientera’ y ‘Catalina’.

En 1989, Catalino Parra recibió el premio a la canción inédita en el Festival de Gaitas en Ovejas, Sucre, por la pieza ‘Me sobé’ y, en el 2004, el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional Vida y Obra por sus innumerables aportes a la música tradicional colombiana.

Acerca de Catalino, el personaje, dijo lo siguiente el cronista Alberto Salcedo Ramos en pieza de 1987 para el libro ‘Diez juglares en su patio’, firmado al alimón con Jorge García Usta:

“Muy temprano, Catalino Parra observó que el mundo es, en esencia, una música. Son musicales sus ríos y sus piedras, cantan sus animales y sus árboles, y sus objetos se pueden reciclar hasta hacerlos música viva, palpitante: música creada con la propia naturaleza.

“Desde el principio fue muy divertido: se trataba de mirar atentamente las cosas e imaginar el modo más apropiado de tentarles la música con que Dios las había concebido, o analizar de qué manera se podrían convertir en instrumentos musicales.

“Aquí no hay misterios. No señor. Fíjese que usted coge un cuero, para hacer un tambor, y primero lo cura y lo pone en remojo, y después lo guinda al sol. Mientras el cuero se seca, ya usted tiene el ritmo en la sangre. El tiempo hará el resto. El tiempo y el sol tienen su música, y usted también tiene la suya”.

Justamente Salcedo Ramos despedía en su cuenta de Twitter a Catalino Parra diciendo: “Cuando yo era niño veía a Catalino Parra con su atarraya de pescador y sus abarcas campesinas. Me parecía tan corriente que no creía que pudiera ser extraordinario, como decían los mayores. Después entendí que esa vida sencilla era sólo coherencia, sólo grandeza”.

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