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La danza llanera en Colombia y sus matices

La danza en la cultura llanera es una expresión tan importante como la música misma.

Por: Isaac Tacha Niño
Director Señal Llanera de Radio Nacional

La danza en la cultura llanera es una expresión tan importante como la música misma; es todo un arte, una manifestación del jugueteo corporal al vaivén rítmico del joropo en cualquiera de sus formas: vals pasaje, pasaje, joropo y golpe.

El baile llanero se dio en los distintos lugares de diferente forma, no hay una sola unidad de baile del joropo, cada región llanera tiene su propia característica del baile llanero. Así, el baile sabanero araucano es diferente al sabanero casanareño, o al del Vichada y diferente al del piedemonte o el metense; incluso el joropo montañero de las faldas cordilleranas de los Andes que bordean la llanura, es bastante diferente. Baile de las montañas, baile de las sabanas y bailes vegueros, parecieran iguales, pero tienen sus diferencias.

El baile de joropo que se estilaba en la región del piedemonte, tenía características cordilleranas. En algunos lugares comenzó a estilarse el joropo sabanero a partir de la influencia de los vaqueros que traían a pie ganado desde Arauca, Casanare y de San Martín de los Llanos. Claro era que no acusaba buen recibo esa música de vaqueros, porque ellos llegaban era a los lugares de lenocinio, tras sus largas travesías por los llanos con el ganado. Otra cosa que se debe tener en cuenta, es que la influencia del cine mejicano, fortaleció la música ranchera como término genérico, pues reflejaba lo ideal: trago, mujeres, machos bravíos, pistolas y ganado.

Al Meta llegaron los araucanos con su baile de joropo de influencia venezolana. No voy a adentrarme en los orígenes del baile del joropo, porque es un tema para un tratado largo, pero sí voy a decir que de Arauca vinieron a enseñarnos a bailar joropo, maestros como Hugo Mantilla, Héctor Paúl Vanegas, su hermano Alberto Paúl Vanegas, Álvaro Coronel Mancipe, Miguel Ángel Martín y toda esa “punta” de araucanos que fortalecieron en el Meta la cultura musical llanera de ancestro venezolano.

Estos profesores iban a los colegios a enseñar a las niñas y a los jóvenes, a las señoritas que se presentaban como candidatas en los reinados, a las niñas de la sociedad que comenzaban a aceptar el joropo como su identidad cultural y en general, a cuanta persona que pidiera aprender. A estos araucanos los podríamos llamar: Los apóstoles del joropo, se encargaron de “joropiar” al Meta.

Esa danza llanera que trajeron estos araucanos, se bailaba siempre tomando a la pareja, no se soltaban, el hombre balseaba erguido, con la cabeza levantada, zapateaba sacando un poco la cadera hacia atrás sin soltar a la dama, escobillaba tongoniao y brincadito. Hacía el caboesoga, el entrelazado de brazos atrás y brazos adelante, siempre con postura amable, sin agacharse pero sin erguirse mucho y bueno, las figuras del bailado, dependían de las habilidades del bailador, pero siempre conservando esas características.

En cuanto a la coreografía en grupo, se buscaba conservar las características de cabeza arriba, sin soltar a la dama. Esto tenía que ver también con el sentido de la posesión machista del llanero. Por esta razón, el parejo era el único que llevaba la iniciativa, el único que podía zapatear. Entre otras cosas, decimos zapatear por usanza, pero no porque el llanero usara el zapato, sino que era la cotiza la que se calzaba para la danza. En los grupos de danza, las figuras obedecían más con las habilidades coreógrafas del profesor de danza que a una unidad de diseño coreográfico para el joropo. Un bailador que llegó a Villavicencio con habilidades un poco diferentes e innovadoras en la danza llanera, fue Ricardo García Curbelo, poeta, declamador y excelente bailarín.

Los trajes eran muy relacionados a la vestimenta del campesino trabajador más que al dueño de hato. Por ejemplo en los concursos, llegaban los parejos al escenario vestidos con camiseta de manga larga o hasta el antebrazo, conocida como la camiseta salchicha o salchichón, pantalón arremangado, cotizas, cuchillo a la cintura y sombrero. Las mujeres usaban vestido floreado a media canilla, cotizas y una flor en la cabeza. Otras mujeres utilizaban blusa blanca y falda floreada, cotizas y flor en la cabeza, al igual que el vestuario venezolano propio de los peones. Lo digo así, porque los dueños de hato tenían otras prendas como en cachamito o el liki liki.

Todo lo anterior se estilaba hasta el año 1975, cuando al Torneo del Joropo se presentó una pareja al concurso de baile, que rompiendo los esquemas tradicionales de la danza descrita arriba, manejó con gran fogosidad coreografías impactantes y de gran rapidez en los movimientos, que influenció de tal forma, que cambió radicalmente y para siempre la usanza del joropo, por lo menos en esta región de Colombia.

En ese concurso estaba presente la licenciada Gladys Mendoza de Quinitiva – mi Comadre – que en paz descanse. Su esposo, el bandolista Luis Quinitiva, era el novel bandolista llanero, mi compadre soltó la guitarra requinto que utilizaba como serenatero y se dedicó a la bandola, tras observar 2 años atrás a quien en esa época llamaban “El Rey de la Bandola”, al venezolano don Anselmo López, quien lo impresionó y lo enamoró del instrumento. La verdad, Luis fue el mejor bandolista que tuvo Colombia. Pero bueno, esta anécdota es para recrear el por qué mi comadre Gladys se prendó del estilo recién visto, armó todo un desarrollo de ese estilo y creó una escuela nueva en la interpretación de la danza llanera que repercutió no solamente en Colombia, sino que trascendió las fronteras venezolanas, puesto que ella fue a concursar a Venezuela y con ese estilo de danza, más depurado, logró conquistar no solo los primeros lugares junto con su parejo Nereo Parra, sino que generalizó un nuevo estilo. Después de esto, hubo que crear las modalidades de juzgamiento en los concursos “más adinerados”, para el baile criollo y el baile “de academia”, como dieron en llamarlo.

Hoy las escuelas de danza, han tomado ese estilo y se “sobrepasaron”. Las mujeres zapatean al igual o mejor que los hombres, los hombres se especializaron en los zapatazos y en los brincos aeróbicos llaneros, perdieron la dignidad del parejo erguido para someterse con la cabeza agachada ante la mujer de manera “humillada”. Los trajes pasaron de la modestia campesina a engalanarse al mejor estilo de los trajes del sanjuanero en las fiestas de San Pedro y San Pablo del Huila.

El baile llanero de hoy, está hecho para espectáculos en escenarios con danzas descrestantes, imposibles para cualquier ciudadano que no haya ido a una escuela o academia de danza. Ese es un baile solo para jóvenes peso pluma. No apto para adultos. Pero bueno, así es el mundo del espectáculo y ¡que viva el joropo! ¡Prrrrrruua!

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