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CERRAR

La bicicleta, fiel compañera de la vida y la historia

Hoy, este medio de movilidad está en manos y pies de cada vez más personas de casi todos los sectores sociales.
Foto: Pixabay.
Ana María Lara

La bicicleta encarna el mito del hombre libre. Aligi Sassu

Colombia, país de campeones mundiales de ciclismo, imbatibles en los ascensos montañosos “gracias a la panela”, fue adoptando la bicicleta poco a poco desde que los primeros ejemplares llegaron en barco desde Europa en los años treinta. Hoy, este medio de movilidad está en manos y pies de cada vez más personas de casi todos los sectores sociales, bien sea como medio de locomoción para ir a trabajar o a estudiar -mucho más económico y rápido que el transporte público, y mucho más amigable con el medio ambiente-, para practicar un ejercicio físico saludable, o para adentrarse en la naturaleza en plan de paseo.

¿Cómo llegó la bicicleta a nuestras vidas? Aunque no hay una certeza total, se cree que el gran artista, multifacético y visionario Leonardo da Vinci, entre todos sus inventos en el siglo XV, diseñó una bicicleta. Pero, en realidad, lo más preciso sobre la aparición de la bicicleta es que ocurrió en el siglo XIX, cuando en Alemania, el barón Drais construyó en 1817 una máquina para correr de dos ruedas, que fue perfeccionada luego (1861) cuando se le agregaron pedales y un freno.

En 1871, apareció el gran Bi, con una rueda delantera de 150 centímetros de diámetro y una rueda trasera de 50 centímetros de diámetro; muy poético, pero muy peligroso. En 1889, las ruedas se vistieron de caucho y el acero sustituyó la madera. En 1890, la bicicleta se instaló definitivamente en la sociedad y su producción se industrializó. Inicialmente fue usada por personas adineradas, en plan de recreo. Las bicicletas, en aquel entonces, pesaban alrededor de 20 kilos, hoy son de 6 kilos o menos, con varios modelos e, incluso, hay bicicletas eléctricas con un pequeño motor en la rueda trasera. Desde hace pocos años hay bicicletas para carreras en la nieve; estas pueden alcanzar una velocidad de 212 kilómetros por hora.

Cuando apareció el automóvil, a principios del siglo XX, la bicicleta se popularizó mucho más. Pasó a ser el medio de movilidad de los trabajadores, entre ellos de los carteros; pero se mantuvo como recurso recreativo y también pasó a ser uno de los medios de emancipación de la mujer; la bicicleta ayudó para que se acortaran las faldas, despareciera el corsé y aparecieran los pantalones para mujeres. Esto provocó reacciones de indignación de los conservadores, pues consideraban que este ejercicio era nocivo para la salud e inmoral por cuanto el contacto con la silla podía generar “un placer prohibido” y permitía a la mujer escoger momentos y lugares de evasión.

La bicicleta también fue usada por todos los ejércitos en las guerras del siglo XX: en la Primera Guerra o Gran Guerra hubo una infantería con bicicletas para los encargados de cuidados médicos y de información. En la Segunda Guerra fueron varios los ejércitos que la usaron; por ejemplo, fue la fiel compañera de las misiones de los miembros de la resistencia francesa frente a los invasores nazis. Hoy vemos cómo en América Latina las bicicletas se usan en las movilizaciones de protesta para formar barreras.

A partir de los años setenta, la bicicleta repuntó frente al automóvil, por ser ágil y ecológica. Amsterdam, capital de los Países Bajos, se volvió la capital mundial de la bicicleta, usada por todas las capas sociales. Se propagó la afición en el mundo entero y se multiplicaron las ciclovías de uso exclusivo. En Bogotá, se calcula que 835 mil ciudadanos usan la bicicleta, según cifras del Distrito. Y en las otras ciudades del país también crece su uso. Frente a todos los avances de la industria y de la tecnología, esta máquina cuyo motor es el ser humano parece ostentar un reinado indiscutible.

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