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El miedo a la realidad: los mecanismos en la literatura de terror de Schweblin y Enríquez

El terror para estar autoras se basa en la cotidianidad y no en las ficciones

Por: Eduardo Otálora Marulanda

Cuando era pequeño tenía una pesadilla que se repetía de vez en cuando y me aterraba. He escuchado a muchas personas decir que han tenido una semejante así que -creo- vale la pena reflexionar un poco sobre ella. En mi sueño sentía que me despertaba en mi cuarto y todo era igual a como lo había dejado, salvo por pequeños detalles: a veces la puerta que recordaba haber cerrado estaba entreabierta, otras veces la luz estaba prendida aunque la hubiera dejado apagada.

Eran pequeños detalles que me generaban un enorme extrañamiento y, además, un deseo de volver a poner todo en su lugar: cerrar la puerta o apagar la luz. Pero luego venía la parte aterradora: no podía hacerlo porque en el sueño estaba inmovilizado, como pegado a mi cama. Entonces me daba cuenta de que estaba soñando y empezaba la pesadilla, el horror de imaginar que me iba a quedar eternamente en ese estado y nunca volvería a la vigilia.

Con los años entendí que mis peores pesadillas eran las que se parecían a la realidad, o mejor, las que se confundían con la realidad. Luego de revisar bibliografía sobre el asunto y leer y ver mucha ficción -que es un poco como tener pequeños sueños en la vigilia-, descubrí que los miedos más profundos no están en lo absurdo de los sueños, sino en las posibilidades reales de que ocurran.

Para decirlo con el maquillaje de algunos términos técnicos: las peores pesadillas se plantean en un pacto de credibilidad realista. Por eso, he vuelto a tener pesadillas y a sentir miedo en la vigilia después de leer algunos libros de Samanta Schweblin y de Mariana Enríquez.

De la primera leí hace un buen tiempo ‘Distancia de rescate’ y el miedo que provocó -y también las pesadillas- tuvo que ver con que me puso de frente con los terrores que vienen de la mano del amor que tenemos los padres por nuestros hijos, los amamos tanto que nuestro peor miedo es que les pase algo.

Foto Facebook Samanta Schweblin

El libro arranca inaugurando ese concepto de ‘distancia de rescate’, que se refiere a qué tan lejos (o cerca) deben estar los padres de su hijo para, por un lado darle independencia, y por otro poder correr a rescatarlo si algo le pasa. El miedo siempre está porque nunca se sabe exactamente cuál es la medida justa de esa distancia.

Con este planteamiento, Schweblin presenta en principio un universo realista en el que una madre está conversando con una amiga pero, al mismo tiempo, con un ojo en su pequeña hija que camina cerca de una piscina. Las piscinas y los niños, una combinación aterradora, la cuota inicial de una pesadilla.

Y con este pacto realista la autora nos lleva un buen tiempo hasta que todos esos miedos se convierten en realidad y, con naturalidad aterradora, brota lo fantástico/aterrador que convierte la historia en pesadilla. Y este es justamente el punto que quiero señalar sobre esta propuesta literaria: el miedo que viene de la realidad y que permite la entrada a elementos fantásticos sin generar distorsión o extrañamiento.

Algo semejante pasa con Kentukis, en su más reciente novela nuestro pacto contemporáneo de estar todo el tiempo conectados con otros a través de redes sociales se lleva al extremo “pesadillesco”, de la pregunta sobre qué pasaría si uno pudiera ser el alma de un robot que algún desconocido, en otro lugar del mundo, compra para hacerse compañía.

Pronto empieza la pesadilla de no poder comunicarse, o de sentir que todo es un engaño, o de creer que al otro lado de la pantalla hay un enfermo sexual al que le hemos abierto las puertas de nuestra intimidad. Todos esos son miedos reales, miedos de nuestro tiempo.

Fotos Facebook Mariana Enríquez

Mariana Enríquez me provocó pesadillas recientemente con su selección de cuentos ‘Los peligros de fumar en la cama’. Ella no oculta su objetivo de asustar. Es más, construye historias, como en ‘El desentierro de la angelita’, en que sin reparo arranca afirmando que un alma en pena va a empezar a acompañar la cotidianidad de una mujer.

El evento en sí mismo es aterrador, pero empeora porque ese espíritu encarnado se implanta en las rutinas de la protagonista, y el mundo de la vigilia empieza a estar poseído por las anomalías de los sueños (pesadillas). Algo semejante pasa en el cuento ‘El carrito’, en el que una comunidad de un barrio trata mal a un habitante de calle que pasa y, como por una especie de maldición, empiezan a salirle mal las cosas a todos, menos a una familia que fue compasiva con él.

Así, de nuevo, Mariana Enríquez construye el terror en este cuento desde lo sobrenatural que atormenta las cotidianidades y, entonces, la vida se convierte, quizás literalmente, en una pesadilla. De nuevo, el miedo está en que se nos borre la frontera entre el sueño y la vigilia.

Ahora, para terminar, sólo espero que estas páginas no espanten a los lectores y los alejen de estas dos tremendas autoras. Por el contrario, lo que quiero es que descubran de primera mano sus mecanismos del terror para recordar, en estos tiempos de realidades aterradoras en nuestro país, que los fantasmas y embrujos son ficciones, que los verdaderos miedos vienen de la realidad, no de los espíritus que se aparecen, sino de las personas que desaparecen sin razón alguna.

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