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El Festival de Ancón en dieciséis datos esenciales… y algo extravagantes

Entre el 18 y el 20 de junio de 1971 se llevó a cabo el Festival de Ancón en las afueras de Medellín.
Foto: cortesía Horacio Gil Ochoa
Luis Daniel Vega

En contravía de la férrea moral tradicionalista, un joven de 22 años convenció hasta el alcalde de que era una buena idea congregar a miles de hippies en torno a las músicas estridentes.

Cincuenta años después, esos tres días pasados por agua, barro, humos dulzones, amor y peripecias absurdas, son recordados como un punto de quiebre en la historia de la juventud medellinense y como uno de los acontecimientos cruciales del rock en Colombia. Celebramos la leyenda de Ancón a través de dieciséis viñetas.

1. Gonzalo Caro Maya, mejor conocido como Carolo, se había hecho un nombre como agitador en la Universidad de Antioquia. Estando de vacaciones en la isla de San Andrés, en medio de un sueño psicodélico, concibió la idea de hacer un festival de música “…tan grande como el mismísimo mar Caribe que tenía en frente”. Para ese entonces, Carolo tenía 22 años de edad.

2. A sabiendas de que en Bogotá la empresa Colinox Unidos ya tenía experiencia en la organización de conciertos –entre ellos el ciclo Lunes Musicales del TPB y el Festival de la Primavera- Carolo viajó a la capital y convidó a Édgar Restrepo Caro, Humberto Caballero y Álvaro Díaz –algunos de los “colinos”- para que se unieran al empeño. Además del entusiasmo, aportaron la batería, amplificadores marca Fender, Ampeg y Vox, convencieron a varias agrupaciones a que se sumaran al cartel y sugirieron al músico e industrial antioqueño Hernán Vélez para que pusiera a disposición el sonido que hacía falta.

3. Ubicado al sur de Medellín, en el Municipio de La Estrella, el Parque Ancón Sur fue el lugar que Carolo escogió para llevar a cabo su propósito. Dicen que reparó en él pues solía visitarlo en virtud de los abundantes hongos alucinógenos que allí crecían. Cuenta Carlos Bueno –historiador del festejo y autor del libro ‘El Festival de Ancón: del quiebre histórico a la quiebra histórica’ (2001)- que Carolo, luego de la épica farra, afirmó: “El Festival produjo tanta energía que las Empresas Públicas e ISA tuvieron que instalar una subestación en Ancón, y produjo tanto amor que esas tierras quedaron bendecidas para hacer el amor y para instalar la mayoría de los moteles del Valle de Aburrá”.

4. Aunque se trataba de un evento que retaba a las instituciones ejecutivas y eclesiásticas, Carolo logró hacerlo bajo todos los marcos legales. Álvaro Villegas Moreno, quien por ese entonces contaba con 35 años de edad y fungía como alcalde de Medellín, le dio el visto bueno. Aunque no salió invicto del asunto, nunca se arrepintió de su osada decisión. Esto le contó a Carlos Bueno: “Yo autoricé la realización de un festival de música rock, tomando todas las medidas para evitar desbordamientos, aunque en otro sentido, las masas desbordaron todas las previsiones, las de las autoridades y las de los organizadores. Pero el balance fue positivo en todo sentido. Pese a los ataques de la prensa, de algunos curas y dirigentes políticos, y a que debí salir de la Alcaldía por autorizar el Festival”.

5. El principal incitador de la destitución de Álvaro Villegas fue Fernando Gómez, un sacerdote iracundo, quien el 20 de junio de 1971, apenas concluida la bacanal, se despachó una diatriba que debería encabezar la hipotética ‘Antología Universal de la Retórica Reaccionaria. Atención al calibre que bramó el prelado Gómez desde su programa de radio La Hora Católica: “Los festivales hippies constituyen el más desgarbado certamen de indignidad, de degeneración, de cinismo, de vulgaridad, de corrupción. De escándalo y de vergüenza para una sociedad. Ese mundo de los vagos, de los perezosos, de los drogados, del desaseo físico y moral no tiene por qué recibir el apoyo de la autoridad ni de los órganos de publicidad ni de una sociedad que se precie de culta y cristiana.

El alcalde autorizó a los millares de hippies a que nos invadieran como una arrolladora avenida de fango putrefacto para que abofetearan con sus manos sucias el rostro de la ciudad, para que invitaran a los niños a ser maleducados, ruines, perversos y para que incitaran a la juventud a embrutecerse en el mundo del amor libre y de los estupefacientes destructores y enervantes. La insólita conducta del alcalde, lo priva de toda autoridad moral y cívica para continuar rigiendo los destinos de Medellín, la ciudad culta, honorable y digna espera su renuncia.

No le faltará que hacer en la república de los hippies, donde será acogido por una salva de aplausos y coronados como la turba delirante de vagos y degenerados que hablan con voz entrecortada, miran con ojos cansados de marihuana y disputan a los animales inmundos el fango y la hierba maldita. Muchas gracias, alcalde, por la humillación. Felicitaciones por su responsabilidad en el cumplimiento del deber. Congratulaciones por sus maravillosos planes turísticos y, sobre todo, por la clase de turistas que trajo. Reconocimiento a su amor por Medellín y a su respeto por nuestra sociedad y por las tradiciones cristianas de nuestras gentes.

Con usted, Medellín irá muy lejos, pero hacia la degradación, hacia el abismo, hacia la derrota, hacia el descrédito, hacia la corrupción, hacia la oscuridad. En una palabra: la ciudad ha sido víctima de la más humillante de las alcaldadas”.

6. A punta de socios espirituales, Carolo y Humberto Caballero montaron la infraestructura del festival. Ninguna empresa privada patrocinó el atrevimiento. Según Carlos Bueno, Coltejer donó una lona para el escenario y pare de contar. El único que puso su aporte en metálico fue Don Leonardo Nieto, el argentino que en 1961 había fundado el emblemático Salón Versalles. En sus memorias, Bueno revela que además de poner cinco mil pesos, Nieto sirvió de fiador para que Manuel Arcila –de quien dicen fue uno de los primeros impulsadores del chance en Medellín- prestara otros diez mil más. Al final, las deudas fueron condonadas.

7. Según los volantes de promoción y el afiche oficial, el primer festival de rock en Medellín convocó a grupos y solistas provenientes de Cali, Bogotá y Medellín: Gran Sociedad del Estado, Terrón de Sueños, La Banda del Marciano, Columna de Fuego, La Planta, Limón y Medio, Galaxia, Stone Free, Carne Dura, Hidra, Los Monsters, Conspiración del Zodiaco, La Banda Universal del Amor, Fernando Suncho, Raymundo, Johnny Richard y ¡una agrupación conformada por miembros de Los Graduados y Los Black Stars! Aunque estaban anunciados, Los Flippers no se subieron al escenario.

8. En la mañana del viernes 18 de junio de 1971, luego de haber improvisado una tarima que se alzaba un par de metros sobre el suelo fangoso, Carolo se paró en uno de los costados del puente que atravesaba el río Medellín y daba acceso al parque. Allí cobró la entrada y procuró que no se colaran botellas de aguardiente. La boleta tuvo un valor de trece pesos con veinte centavos. En su tesis de grado ‘Rock en Medellín: la historia sin tarima’ (2016), Felipe Hincapié revela que ese valor cubría: “(…) un peso por cada uno de los diez amigos que le ayudaban, para una amiga y para él, y un peso con veinte centavos que fueron directo a pagar el impuesto de 10% para promocionar el deporte y crear Coldeportes (…)”.

9. A la una de la tarde, según cifras que los organizadores le entregaron a El Tiempo, se habían congregado en Ancón diez mil personas. El mismo alcalde Villegas arribó en helicóptero, se subió a la tarima y, ataviado con la camiseta oficial del festival, le dio la bienvenida a la muchachada: “Es el reconocimiento a una acción juvenil que no podemos tapar con los ojos”, dijo. Al término de su breve intervención, Carolo le respondió: “Bien, maestro, gracias por habernos permitido esto tan bello”. Esta última anécdota la cuenta Germán Castro Caycedo en ‘Purificadora peregrinación’, el primero de tres reportajes que hizo para El Tiempo.

10. La Gran Sociedad del Estado fue la agrupación encargada de dar inicio a la celebración. Su presentación –que se prolongó durante dos horas y media- se llevó a cabo en medio de un torrencial aguacero. La escena fue registrada por un reportero de El Tiempo, quien escribió: “El primer conjunto en intervenir al ser inaugurado oficialmente el festival hippie de Ancón fue La Gran Sociedad del Estado, integrado por 4 jóvenes melenudos, uno de quienes ostenta el título de ingeniero y es hijo de uno de los más destacados compositores colombianos, el maestro Camargo Spolidore.

Las primeras interpretaciones de La Gran Sociedad del Estado fueron compuestas con base en temas bíblicos y dedicados a San Juan. Uno de los integrantes del grupo, quien tiene a su cargo la ejecución de instrumentos de percusión, realizó durante las interpretaciones varios malabares y en ocasiones se colocó de cabeza, haciendo con las piernas la V de la victoria”.

11. La mejor publicidad corrió por cuenta de Fernando Gómez Mejía, quien declaró en su tribuna radial que era pecado mortal asomar las narices en medio de la barahúnda de mariguanos pervertidos. Hubo tanto ruido alrededor que, inevitablemente, la prensa nacional se hizo presente encabezada por Gloria Valencia y periodistas de toda índole como Arturo Abella, Hernando Santos, Juan José Hoyos, Elkin Mesa, Germán Castro Caycedo, Gustavo Arenas y Fausto Panesso.

12. Aunque fue el primer gran festival de rock al aire libre en Colombia, Ancón carece de memoria visual y sonora. El registro fotográfico más conocido y divulgado es el de Horacio Gil Ochoa, que reposa en el archivo de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Cuenta la leyenda que personal de la Metro Goldwyn Mayer fue hasta La Estrella para filmar un documental que nunca vio la luz. Hasta el día de hoy nadie sabe dónde está la filmación. Asimismo, Carlos Bueno relata una peripecia digna de una comedia disparatada:

“Codiscos también tuvo equipos de grabación en Ancón. Se acompañaría el festival de un disco con los conjuntos y grupos que se presentaron. Pero todo el intento se echó a perder. Uno de los compañeros del Festival le añadió LSD a la cerveza que se tomaba Guillermo Díez, uno de los dueños de la empresa disquera. Díez, uno de los mayores animadores de la música moderna y del rock en el país, enloqueció también. Así, nadie quiso saber nada más de Ancón”.(Foto 7)

13. El destino adverso de la memoria de Ancón es relatado por el periodista Juan Sebastián Barriga: “En 1973, Carolo le dio todo el material fotográfico y gráfico del festival a un colega suyo llamado Manuel Quinto para que hiciera un libro (…). Pero Manuel enloqueció e intentó suicidarse incinerando la habitación en donde vivía. Él sobrevivió, pero todos los registros quedaron hechos cenizas. El registro fílmico grabado en cámaras de súper ocho acabó en las manos del hermano de Carolo, quién residía en Canadá y prometió pasar las cintas al formato betamax. Pero el hombre murió y nunca le dijo a nadie en qué laboratorio dejó los rollos”. De aquellos tres días solo quedan unos pocos minutos de video sin audio.

14. Aurelio Toro, mejor conocido en el ámbito de la radio como El Grillo, fue el anfitrión de La Voz de la Música, una estación pionera del rock en Medellín. El Grillo también fue víctima de la animadversión del padre Fernando Gómez, quien, durante aquellos días agitados, proclamaba desde la Emisora Claridad: “A los jóvenes duro, duro con los jóvenes. Se nos está llenando esto de hippies, duro con los hippies. En estos momentos hay una radiodifusora que está entrando con esa música de los hippies, duro con la última del dial”. Junto a Carlos Mario, su hijo, Aurelio, fue el único que transmitió en directo el festival.

15. En ‘Más curiosos que participantes’, el último de sus tres reportajes, Germán Castro Caycedo redondea con cifras lo acontecido: “Después de tres días de música rock, durante los cuales se volcaron sobre el parque de ancón unas 200 mil personas –según cálculos de los organizadores- anoche alrededor de las 12, fue clausurado el festival (…) El éxito artístico fue destacado hoy por los organizadores y hippies asistentes. No así el económico que, según ellos, produjo pérdidas que superan los 160 mil pesos”.

16. El Pingüino Rojo fue el único puesto de comidas que funcionó durante los tres días. Lo montó un chico llamado Leonel Gallego, quien junto a un compañero del colegio vendieron chuzos de carne de cerdo, arepas y gaseosa. Felipe Hincapié narra la gesta que, como casi todo lo que sucedió en Ancón, también pertenece al reino del disparate:

“Aunque el primer día tuvo pocos clientes, avivó las brasas preparándose para el segundo, pues sabía, y así fue, que se le haría una fila interminable de clientes con ojos rojos y comisuras resecas. Hacia las ocho de la mañana del segundo día ya no tenían existencias. Tres horas después volvieron a abrir con el mismo éxito, pero notaron que el dinero se agotaba y que los clientes, cada vez más, se acercaban sumando monedas. Recursivos, aquellos hippies ofrecían, aparte de monedas, marihuana como parte de pago.

Al primero se lo negaron, pues no fumaban y no querían expandir su negocio a las sustancias ilícitas, al segundo, también, pero al pasar a cifras incalculables de clientes recursivos, no tuvieron otra opción que aceptarlo. La oferta era suficiente, pero la demanda limosnera. Poco a poco los comensales fueron pidiendo rebaja, poniendo cara de perro regañado y alegando su mala suerte por un poco de comida. Ante el buen corazón de Leonel y su amigo, El Pingüino Rojo, en la noche del segundo día, se convirtió en un puesto de caridad.

Lo desmontaron al amanecer del tercer día, ya que lo que habían recolectado apenas les cubrían los costos. Lo único que Leonel Gallego Restrepo ganó de Ancón fueron siete avemarías y cuatro padrenuestros que debió rezar cuando tuvo que confesarse ante el cura de su parroquia”.

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