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Agua de Dios (Cundinamarca): del dolor a la esperanza

Por: Laura Galindo M.@LauraGalindoM —Vamos aclarando una cosa: cada que yo diga que alguien es “enfermo” quiere decir que padece la enfermedad de Hansen, o sea, lepra. El resto de personas son “sanas” así tengan males desastrosos—me dice José Israel Castañeda, a quién los habitantes de Agua de Dios, Cundinamarca, conocen como ‘don Chepe’.

Por: Laura Galindo M.

@LauraGalindoM

—Vamos aclarando una cosa: cada que yo diga que alguien es “enfermo” quiere decir que padece la enfermedad de Hansen, o sea, lepra. El resto de personas son “sanas” así tengan males desastrosos—me dice José Israel Castañeda, a quién los habitantes de Agua de Dios, Cundinamarca, conocen como ‘don Chepe’.

Él es un hombre sano, pero ha vivido entre enfermos toda su vida. Entre monedas que se llaman coscojas, hospitales que son albergues y leyendas de orejas que se desprenden mientras sus dueños caminan por la calle. Como cualquiera de los habitantes del pueblo, lleva la lepra cosida en su historia.

Hace más de un siglo, quienes eran diagnosticados con la enfermedad de Hansen debían aislarse del resto de la sociedad e internarse en el lazareto de Agua de Dios. Una vez dentro, perdían su identidad, la policía confiscaba sus cédulas y quemaba sus pertenencias por considerarlas contagiosas. No podían votar, tener hijos o propiedades, y un cerco de alambre los separaba del mundo de los sanos.

—Si para los judíos estaba Auswitch, para nosotros estaba Agua de Dios—dice don Chepe.

Era un pueblo aparte con sus propias leyes. Los enfermos vivían en albergues y tenían su propia moneda: la coscoja. Recibían subsidios del Estado y nadie podía salir o entrar sin permiso de las autoridades. Si les llegaba correspondencia debía ser desinfectada y si tenían hijos debían entregarlos a las autoridades para ser adoptados por una familia sana. En las épocas más duras, los médicos se negaban a cruzar la cerca por miedo contagiarse y preferían arrojar los medicamentos por encima.

Foto: Laura Galindo M.

Cada año, llegaban centenares de enfermos de todas las clases y los círculos sociales: pobres, ricos, artistas, políticos, hacendados. Llegaban, incluso, pacientes diagnosticados a la ligera por alguien que quería sacarlos del paso. A Luis A. Calvo, el compositor de Lejano Azul, dicen que lo encerraron luego de que presentara ampollas en las yemas de los dedos, asumiendo sin muchas certezas que se trataba de lepra.

Hace 60 años, la ciencia comprobó que no es una enfermedad contagiosa. La lepra es causada por un bacilo, el Mycobacterium leprae, que puede encontrarse en cualquier lugar, pero al que el 99% de la población es inmune. Además, la Organización Mundial de la Salud -OMS- afirmó que si se trata a tiempo no causa daños en el cuerpo. Por eso, en 1961, les fueron devueltos a los enfermos de Hansen sus derechos civiles y Agua de Dios dejó de ser lazareto para convertirse por ordenanza en municipio.

Quedan aún tres albergues, dos para hombres y uno para mujeres, a los que llegan enfermos de distintos lugares del país en busca de compañía solidaria y un mejor clima. En ellos viven también unos pocos pacientes terminales y algunos otros que se curaron, pero quedaron con discapacidades físicas. Según los cálculos de Luz Marina Cruz, una de sus enfermeras, el pueblo debe tener alrededor de 300 personas coHansen.

—Antes, Agua de Dios era el infierno—dice don Chepe—. Le decían ‘la ciudad de los enterrados vivos’. Pero no nos podemos quedar con ese estigma. Agua de Dios es música, montañas, mamoncillos y termales. Es la música de Luis A. Calvo y las letras de José Olimpo Álvarez. Es la ciudad de la Alegría y la memoria.

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