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Deyaniris Pavón, tras una vida de lucha ahora construye paz a través de la educación en zona rural de Río de Oro en el Cesar

Con vocación y resiliencia, Deyaniris Pavón dejó Valledupar para enseñar en una vereda rural de Río de Oro, Cesar, donde cada día inspira a más de 180 estudiantes a creer en la educación como camino hacia la paz.
Tatiana Orozco

“Es mi vocación, para mí enseñar lo es todo”, dijo con una sonrisa dibujada en su rostro Deyaniris Pavón de 46 años, una mujer que decidió dejarlo todo en Valledupar, incluso a sus hijos, para ir a vivir a Río de Oro, sur del Cesar, donde todos los días sube a la vereda Diego Hernández, ubicada a una hora de la carretera principal, para dar clases en la institución educativa El Campamento.

Es licenciada en ciencias naturales, egresada de la Universidad Popular del Cesar, tuvo tres hijos que ahora tienen 30, 26 y 18 años. Toda la vida ha trabajado para sostener no solo a ellos, sino a sus hermanos luego de que su papá los abandonó y su progenitora partiera de este mundo.

“Mi mamá me registró con ese apellido para cuando decidiera aparecer mi papá, luego mi hermana sufrió un infarto, mi mamá murió de cáncer de mama a los 48 años. Quedé al frente de mis 4 hermanos, y a todos los he sacado adelante con mucho esfuerzo. Hoy en día dos son sociólogas, uno es ingeniero de sistema y otro es soldador”, aseguró con orgullo, mirando sus manos y reflexionando sobre aquellos años cuando era mercaderista y hasta vendía queso para poder salir adelante.


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Pese a los retos, siguió soñando. Cree en la educación desde niña. Por ello, a medida que su trabajo le permitió, también sacó espacio para la crianza de sus hermanos y sus hijos. Al tiempo que decidió estudiar en la universidad como ejemplo de superación y templanza. En este 2025 pudo graduarse de licenciada y ahora, con esa misma convicción cree que los demás también pueden lograrlo, por eso construye paz a través del conocimiento.

“Para mí enseñar es fundamental. Tengo claro que los niños son lo más importante que tenemos para el futuro. Hay personitas tan bellas que esperan tanto de nosotros los docentes. Por eso estamos pendientes día y noche de ellos. No quiero que ninguno se quede sin aprender nada”, asegura tratando de describir lo que significa para ella ser profesora.

Su rutina empieza a las 4:30 a. m., después de preparar el café, se da una ducha y luego termina de organizar lo que ha preparado desde la noche anterior “allá la zona es muy lluviosa por eso hay que envolver bastante. Empaco el desayuno porque es lejos, y me voy en la motocicleta, a veces voy con otra docente, emprendemos por la carretera 24 kilómetros hasta el colegio. Todos los días viajamos entre curvas y camiones”.

La zona es muy transitada, por ello la mayoría de los maestros deben usar ese pequeño vehículo para poder transportarse a zonas rurales retiradas. En el caso de Deyaniris Pavón son unos 50 minutos o más los que se demora en llegar hasta la escuela donde más de 180 alumnos la esperan.

“Uno no ve el riesgo, sino como un deber, un propósito. Tengo más de un año de estar así, infortunadamente en ese lapso he visto muchos accidentes. Carros volteados, jóvenes heridos tras choques en motocicleta. Incluso, una vez vimos a uno de los padres de dos alumnas accidentado en una de las curvas. Pero también vemos anécdotas lindas, como los bellos paisajes que hemos tenido cuando salimos a ver las fuentes hídricas, reconocer los árboles y demás”, expresó la educadora.

Enseñar en medio de las dificultades y en zonas alejadas le ha enseñado mucho más sobre el valor de la vida. Los estudiantes para los que hace todos los días esa hazaña le saben corresponder con mucho amor y eso la motiva a seguir por ese mismo camino.

De acuerdo con su testimonio, algunos niños también tienen que hacer largas caminatas para poder llegar a las aulas.  Hay alumnos que caminan hasta 45 minutos desde las veredas donde viven hasta la carretera para tomar una buseta que los deja en la institución y de la misma manera deben hacerlo para regresar a sus hogares.

“Cuando hay arroyos no pueden ir a clases, o llegan mojados. Algunos se han presentado con los zapatos rotos, o sin elementos de la lista porque sus papás no tienen cómo comprarlos. Pero siempre con disposición de aprender. Son hermosos, esos niños lo merecen todo. Por eso creo que el papel que jugamos es muy importante, nosotros cumplimos esa labor de corazón. Los alumnos se vuelven parte de nuestra vida. Yo soy completamente feliz. Por eso soy docente, creo en la juventud y en los niños como el futuro de Colombia”, insistió.

Pavón vive en un apartamento que arrendó cuando decidió aceptar este empleo en Río de Oro, Cesar. Luego de la jornada laboral sale de la vereda sobre la 1:30 p. m. cuando es hora extendida y llega a su casa una hora después. Descansa un rato, para luego organizar el almuerzo y lo necesario para nuevamente hacer su rutina al día siguiente.

Hay un grupo de docentes que a diario deben pasar por trochas y ríos para cumplir con su misión. Más allá de un pago material, lo que los motiva a seguir adelante es el amor por los demás y la esperanza de que están aportando su ‘granito’ de arena a la construcción de paz en un país donde muchas veces se registran más los hechos de violencia.

Sin embargo, esta historia positiva se repite en muchos rincones de Colombia, así como Deyaniris Pavón, hay muchos colombianos que se despiertan a diario con la idea de poder cambiar el mundo, desde la germinación de una semilla que crecerá y dará frutos para tener poco a poco un futuro mejor.
 

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